28/11/2019, 19:55
Daruu no dudó ni un instante en hacer uso de sus habilidades de caramelo: con un solo sello de su mano zurda formó un sólido escudo de color azul cielo que se adhirió a su antebrazo y justo después su derecho chisporroteó con la furia de un millar de pájaros eléctricos. La electricidad recubrió la hoja oculta que ahora esgrimía el shinobi que se acababa de nombrar a sí mismo Caballero de la Mesa Redonda.
El jabalí pareció verse sorprendido por el despliegue armamentístico de su oponente, pero no parecía que aquello fuera a acobardarlo. Más bien al revés, entrecerró sus pequeños ojillos y comenzó de nuevo a escarbar en el suelo, sacudiendo de un lado a otro su único colmillo que hacía las veces de su propia lanza caballeresca.
Y con un nuevo chillido de gorrino, el gigantesco animal, que tenía la misma altura que el shinobi que lo enfrentaba, volvió a cargar hacia delante con todas sus fuerzas.
—¿D-De donde si quiera han salido? —farfulló la genin, poniéndose en pie de nuevo y recolocándose la espada de madera que llevaba consigo.
Ayame suspiró para sí, aliviada de que la muchacha no hubiese sufrido mayores daños.
—No tengo ni idea, pero aquí paradas no vamos a arreglar nada. ¡Vamos!
Comenzaron la marcha, pero pronto se hizo evidente que la genin era mucho más lenta que ella. Por mucho que se esforzara, no sería capaz de alcanzar a Ayame si esta decidía acelerar. Pero si seguían yendo tan despacio corrían el riesgo de que los animales terminaran por escapar. Por otra parte, Ayame no se atrevía a dejarla sola. Ni siquiera podían estar seguras de que no vinieran más animales por la retaguardia.
Por eso tomó una rápida decisión: sin frenar siquiera el avance entrelazó los dedos índice y corazón de una mano con los de la otra en un curioso sello y, con una repentina nube de humo, una réplica idéntica a ella apareció a su costado. El clon la miró durante un instante y asintió sólo una vez antes de echar a correr con toda la fuerza de sus piernas. Las dos kunoichi no tardaron ni dos segundos en perderla de vista en el horizonte.
—Creo que aún no me he presentado, por cierto. Soy Aotsuki Ayame.
El jabalí pareció verse sorprendido por el despliegue armamentístico de su oponente, pero no parecía que aquello fuera a acobardarlo. Más bien al revés, entrecerró sus pequeños ojillos y comenzó de nuevo a escarbar en el suelo, sacudiendo de un lado a otro su único colmillo que hacía las veces de su propia lanza caballeresca.
Y con un nuevo chillido de gorrino, el gigantesco animal, que tenía la misma altura que el shinobi que lo enfrentaba, volvió a cargar hacia delante con todas sus fuerzas.
. . .
—¿D-De donde si quiera han salido? —farfulló la genin, poniéndose en pie de nuevo y recolocándose la espada de madera que llevaba consigo.
Ayame suspiró para sí, aliviada de que la muchacha no hubiese sufrido mayores daños.
—No tengo ni idea, pero aquí paradas no vamos a arreglar nada. ¡Vamos!
Comenzaron la marcha, pero pronto se hizo evidente que la genin era mucho más lenta que ella. Por mucho que se esforzara, no sería capaz de alcanzar a Ayame si esta decidía acelerar. Pero si seguían yendo tan despacio corrían el riesgo de que los animales terminaran por escapar. Por otra parte, Ayame no se atrevía a dejarla sola. Ni siquiera podían estar seguras de que no vinieran más animales por la retaguardia.
Por eso tomó una rápida decisión: sin frenar siquiera el avance entrelazó los dedos índice y corazón de una mano con los de la otra en un curioso sello y, con una repentina nube de humo, una réplica idéntica a ella apareció a su costado. El clon la miró durante un instante y asintió sólo una vez antes de echar a correr con toda la fuerza de sus piernas. Las dos kunoichi no tardaron ni dos segundos en perderla de vista en el horizonte.
—Creo que aún no me he presentado, por cierto. Soy Aotsuki Ayame.