3/12/2019, 19:00
El tabernero se giró hacia Kisame. Tal vez era duro de oído y sólo había sido capaz de escucharle cuando el joven alzó la voz, o tal vez simplemente esperaba que contestando a su pregunta el genin dejaría de darle la lata. Fuera como fuese, el tipo arqueó una ceja a escuchar aquel nombre y luego le lanzó una mirada incómoda a Kisame. Parecía que sabía bien de lo que hablaba, pero por algún motivo le daba cierto reparo contestar con la verdad. Al final, el tipo terminó por responder con un lacónico "sí". Consciente de que aquel chico insistente no se conformaría con eso, añadió...
—Sí, sí, joven, la conozco. Vive un par de calles más abajo, pasando la plaza. Su casa es la de las tejas rojas, inconfundible, el número siete —calló un momento, y Kisame pudo leerle una pregunta en los labios, pero al final terminó por no hacerla—. Ya lo sabes.
Y ahora que tenía aquella preciada información, ¿qué haría el joven amejin? ¿Iría a comprobar por sí mismo qué clase de persona era la tal Alia, que había parido a un terrorista de estado, o compartiría esa información con su buen amigo Karasu antes que nada?
—Sí, sí, joven, la conozco. Vive un par de calles más abajo, pasando la plaza. Su casa es la de las tejas rojas, inconfundible, el número siete —calló un momento, y Kisame pudo leerle una pregunta en los labios, pero al final terminó por no hacerla—. Ya lo sabes.
Y ahora que tenía aquella preciada información, ¿qué haría el joven amejin? ¿Iría a comprobar por sí mismo qué clase de persona era la tal Alia, que había parido a un terrorista de estado, o compartiría esa información con su buen amigo Karasu antes que nada?