3/12/2019, 19:07
La figura de Uchiha Akame se mantenía impretérrita ante el cruce de palabras de sus compañeros. Siete meses habían pasado, aunque para él se sentían como toda una vida. No en vano había sido entre las paredes de aquella gruta que el joven exjōnin había podido recobrar el sentido de vivir y darle un nuevo propósito a su existencia para intentar superar los fantasmas de su pasado. Algunos días mejor, otros peor, el joven Akame lucía en apariencia igual que meses atrás: con su cabello negro, muy negro, corto y desarreglado. Sus ojos inteligentes, con el Sharingan encendido en sangre, su expresión calma como de quien tiene todo bajo control. Vestía con un sencillo traje de tres piezas: una camisa negra de cuello alto, abierta a la altura del pecho, una camiseta interior para protegerse del frío bajo ésta y unos pantalones bombachos ceñidos en las pantorrillas a sus botas estilo tabi.
Su mirada recorrió la mesa con tranquilidad cuando Money habló; él quería ir. Otohime también, a pesar de que había sido la primera en sumarse a la defensa cerrada de Zaide de rechazar aquel trato. Akame esperó unos segundos y, puesto que ninguno más hablaba, hizo lo propio.
—Yo iré —se limitó a afirmar—. Para escoltar a nuestros ilustres embajadores —agregó, no sin retranca, refiriéndose a los otros dos voluntarios.
Luego calló, aunque por el rabillo del ojo, no perdía detalle de la reacción de Kaido: sabía que el Tiburón no se quedaría sentado a ver cómo las cosas sucedían, ajenas a él. No, el escualo era un tipo de los que no podían evitar verse envueltos continuamente en la acción que llevaba al ojo del huracán.
Su mirada recorrió la mesa con tranquilidad cuando Money habló; él quería ir. Otohime también, a pesar de que había sido la primera en sumarse a la defensa cerrada de Zaide de rechazar aquel trato. Akame esperó unos segundos y, puesto que ninguno más hablaba, hizo lo propio.
—Yo iré —se limitó a afirmar—. Para escoltar a nuestros ilustres embajadores —agregó, no sin retranca, refiriéndose a los otros dos voluntarios.
Luego calló, aunque por el rabillo del ojo, no perdía detalle de la reacción de Kaido: sabía que el Tiburón no se quedaría sentado a ver cómo las cosas sucedían, ajenas a él. No, el escualo era un tipo de los que no podían evitar verse envueltos continuamente en la acción que llevaba al ojo del huracán.