14/12/2019, 14:21
El tiempo comenzó transcurrir bajo el mandato de lo que parecía ser un reloj de arena de hierro, que era pacientemente vigilado por la jueza. Esta lucia autoritaria y expectante, casi malévola; como si estuviese esperando que algo se les torciese a quienes estaba juzgando.
Por su parte, los competidores habían tomado distintas iniciativas entre sí: algunos se habían quedado estáticos, sin la más mínima idea de que hacer, mientras que otros corrían de un lado para otro en alguna especie de búsqueda.
—Mire eso, sensei —señalo Kazuma al ver el movimiento en el área de competición.
Se arrojaron a la acción tres hombres que llamaron poderosamente su atención. Uno de ellos era un sujeto más bien enano y con una enorme barba pelirroja que le llegaba más abajo del obi. Este cargaba un enorme maletín, que al abrirlo revelo en su interior gran cantidad de martillos de todos los tamaños. El barbado se acercó a la pila con pasos felinos, tomo un bloque al azar y un martillo adecuado, y golpeo con tanta fuerza que saltaron chispas y la roca de quebró. Algo debía de haber allí, en el sonido y la forma de rotura; pues, especie de adivinación, se le vio en el rostro la conclusión de que esa no era lo roca correcta. El segundo era un encapuchado que llevaba consigo un arsenal de frasquitos, tal que entre el público levantaba la creencia de que se trataba más de un boticario o de un envenenador. Alguien entre los presentes grito “alquimista” cuando vertió uno de los viales sobre la roca y esta comenzó a deshacerse; de manera que no era demasiado osado decir que al derretir una tras otra las rocas, en el color y la reacción, determinaba su naturaleza. El último de los hombres era el más extraño, pues parecía que ninguna roca le satisfacía: las levantaba, a pesar de su gran peso, las palpaba, las olía y, en fin, parecía ponerlas a prueba con sus cinco sentidos y puede que otros más también. En cuanto terminaba su inspección, se limpiaba el sudor de su calva cobriza y arrojaba a un lado la piedra inútil, a veces casi golpeando a otro competidor.
—Parece que han removido como una décima parte de la pila —señalo Kazuma al ver como las piedras descartadas se amontonaban.
La jueza veía aquello, y sonreía casi malévolamente… Esperando que se dieran cuenta de algo que hasta entonces quizá algunos sospechaban, pero que solo ella sabía.
Por su parte, los competidores habían tomado distintas iniciativas entre sí: algunos se habían quedado estáticos, sin la más mínima idea de que hacer, mientras que otros corrían de un lado para otro en alguna especie de búsqueda.
—Mire eso, sensei —señalo Kazuma al ver el movimiento en el área de competición.
Se arrojaron a la acción tres hombres que llamaron poderosamente su atención. Uno de ellos era un sujeto más bien enano y con una enorme barba pelirroja que le llegaba más abajo del obi. Este cargaba un enorme maletín, que al abrirlo revelo en su interior gran cantidad de martillos de todos los tamaños. El barbado se acercó a la pila con pasos felinos, tomo un bloque al azar y un martillo adecuado, y golpeo con tanta fuerza que saltaron chispas y la roca de quebró. Algo debía de haber allí, en el sonido y la forma de rotura; pues, especie de adivinación, se le vio en el rostro la conclusión de que esa no era lo roca correcta. El segundo era un encapuchado que llevaba consigo un arsenal de frasquitos, tal que entre el público levantaba la creencia de que se trataba más de un boticario o de un envenenador. Alguien entre los presentes grito “alquimista” cuando vertió uno de los viales sobre la roca y esta comenzó a deshacerse; de manera que no era demasiado osado decir que al derretir una tras otra las rocas, en el color y la reacción, determinaba su naturaleza. El último de los hombres era el más extraño, pues parecía que ninguna roca le satisfacía: las levantaba, a pesar de su gran peso, las palpaba, las olía y, en fin, parecía ponerlas a prueba con sus cinco sentidos y puede que otros más también. En cuanto terminaba su inspección, se limpiaba el sudor de su calva cobriza y arrojaba a un lado la piedra inútil, a veces casi golpeando a otro competidor.
—Parece que han removido como una décima parte de la pila —señalo Kazuma al ver como las piedras descartadas se amontonaban.
La jueza veía aquello, y sonreía casi malévolamente… Esperando que se dieran cuenta de algo que hasta entonces quizá algunos sospechaban, pero que solo ella sabía.
![[Imagen: aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif]](https://i.pinimg.com/originals/aa/b6/87/aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif)