20/12/2019, 10:41
Yamato se cruzó de brazos y desvió la mirada, arrugando el entrecejo.
—Koichi-dono siempre ha sido una mujer estricta —dijo—, como todos nosotros los samurái del Hierro. Es el clima, te templa. —Hizo una pausa para tomar aire. Cuando lo dejó escapar, produjo una gran nube de vaho—. Pero desde hace unas semanas está irreconocible. Muchos de nosotros habíamos empezado a sospechar que algo iba mal. ¿Pero qué podemos hacer? Seguía siendo Koichi-dono. Y ante todo, somos gente leal. —El samurái los miró—. Pero entonces vino Yuuna, a quien conocemos desde niñas. Vimos cómo la trató su madre. Vimos cómo la encerró.
»Eso nos ha hecho posicionarnos. Pero no somos tantos, ni estamos organizados. Muchos de los que sospechábamos que algo iba mal siguen dentro de Sanrō-yama. Con los yelmos puestos, no podemos reconocer con quién puede hablarse y con quien no.
—Además —añadió Yuuna, dando un paso al frente—, sigue siendo mi madre. Que esté irreconocible no significa que haya dejado de ser ella, y me niego a creer que no le ha pasado nada desde mi ausencia. De verdad, es muy raro —explicó, abriéndose de brazos—. Tampoco podemos hacer mucho, la mayoría sigue siendo leal, es normal... y ellos no tienen culpa de nada. —La muchacha bajó la mirada y se agarró un brazo con el otro. Yamato la miró de reojo y resopló, frustrado.
Katsudon se acarició la barbilla, pensativo.
—Koichi-dono siempre ha sido una mujer estricta —dijo—, como todos nosotros los samurái del Hierro. Es el clima, te templa. —Hizo una pausa para tomar aire. Cuando lo dejó escapar, produjo una gran nube de vaho—. Pero desde hace unas semanas está irreconocible. Muchos de nosotros habíamos empezado a sospechar que algo iba mal. ¿Pero qué podemos hacer? Seguía siendo Koichi-dono. Y ante todo, somos gente leal. —El samurái los miró—. Pero entonces vino Yuuna, a quien conocemos desde niñas. Vimos cómo la trató su madre. Vimos cómo la encerró.
»Eso nos ha hecho posicionarnos. Pero no somos tantos, ni estamos organizados. Muchos de los que sospechábamos que algo iba mal siguen dentro de Sanrō-yama. Con los yelmos puestos, no podemos reconocer con quién puede hablarse y con quien no.
—Además —añadió Yuuna, dando un paso al frente—, sigue siendo mi madre. Que esté irreconocible no significa que haya dejado de ser ella, y me niego a creer que no le ha pasado nada desde mi ausencia. De verdad, es muy raro —explicó, abriéndose de brazos—. Tampoco podemos hacer mucho, la mayoría sigue siendo leal, es normal... y ellos no tienen culpa de nada. —La muchacha bajó la mirada y se agarró un brazo con el otro. Yamato la miró de reojo y resopló, frustrado.
Katsudon se acarició la barbilla, pensativo.
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