4/01/2020, 00:54
La señora Kobayashi Koe estaba enfadada; eso no había que ser un lince para verlo. La réplica de Kisame casi había conseguido agriar todavía más su carácter —pues en efecto la señora no se tomó nada a bien que el genin insinuara que lo de los espíritus era una historieta de mentira—, pero la rápida intervención de Karamaru consiguió templar los ánimos. Todavía desconfiada, Koe asintió mientras cavilaba, alternando su mirada que irradiaba arrogancia entre un ninja y el otro.
—Está bien, está bien. Haced lo que queráis, pero encontrad al responsable y libradme de esta maldición —cedió al final la cliente—. Avisaré a Yamato para que disponga una estancia adecuada para estas... reuniones vuestras.
Kobayashi Koe les lanzó una última mirada, entre inquieta y amenazadora.
—No creo que haga falta que os recuerde lo fácil que sería para mí hablar con la Arashikage y asegurarme de que os pasáis el resto de vuestra vida limpiando retretes. Soy una fiel cliente de la Aldea desde hace años y los ninjas habéis ganado mucho dinero a mis expensas. Así que espero que se me corresponda con la eficacia que exijo.
Tras aquellas palabras, la señora Kobayashi cumplió con sus palabras. Hizo llamar otra vez a Yamato, el jefe del servicio, dándole las indicaciones pertinentes. Un rato después el hombre llevaría a los dos genin hasta una habitación situada en la segunda planta, una amplia sala de estar que daba la sensación de estar ligeramente vacía. Aun así, había una mesa, tres sillas —dos a un lado y una al otro— y sobre la misma tres vasos y una jarra de zumo de naranja.
El propio Yamato fue el primero en tomar asiento para el interrogatorio privado. Por primera vez los genin tuvieron la sensación de que estaba más relajado sin sentir la mirada inquisitiva de su jefa en el cogote; había sido una buena idea entrevistar a los empleados por separado. El hombre se sirvió un vaso de zumo, bebió un trago y luego se quedó mirando a los dos genin.
—¿En qué puedo ayudarles? Ya les he dicho todo lo que sé.
—Está bien, está bien. Haced lo que queráis, pero encontrad al responsable y libradme de esta maldición —cedió al final la cliente—. Avisaré a Yamato para que disponga una estancia adecuada para estas... reuniones vuestras.
Kobayashi Koe les lanzó una última mirada, entre inquieta y amenazadora.
—No creo que haga falta que os recuerde lo fácil que sería para mí hablar con la Arashikage y asegurarme de que os pasáis el resto de vuestra vida limpiando retretes. Soy una fiel cliente de la Aldea desde hace años y los ninjas habéis ganado mucho dinero a mis expensas. Así que espero que se me corresponda con la eficacia que exijo.
Tras aquellas palabras, la señora Kobayashi cumplió con sus palabras. Hizo llamar otra vez a Yamato, el jefe del servicio, dándole las indicaciones pertinentes. Un rato después el hombre llevaría a los dos genin hasta una habitación situada en la segunda planta, una amplia sala de estar que daba la sensación de estar ligeramente vacía. Aun así, había una mesa, tres sillas —dos a un lado y una al otro— y sobre la misma tres vasos y una jarra de zumo de naranja.
El propio Yamato fue el primero en tomar asiento para el interrogatorio privado. Por primera vez los genin tuvieron la sensación de que estaba más relajado sin sentir la mirada inquisitiva de su jefa en el cogote; había sido una buena idea entrevistar a los empleados por separado. El hombre se sirvió un vaso de zumo, bebió un trago y luego se quedó mirando a los dos genin.
—¿En qué puedo ayudarles? Ya les he dicho todo lo que sé.