5/01/2020, 17:52
Akame no despegó los ojos de su compañero hasta que éste se hubo acercado con paso distraído, como quien no quiere la cosa. Sólo entonces el renegado dejó de prestarle atención, o al menos eso parecía, para concentrarse profundamente en la ardiente colilla de cabeza anaranjada que sostenía entre sus dedos. Sus ojos admiraban el vaivén hipnótico de la fina columnilla de humo gris que salía del cigarro como si nunca antes lo hubiera visto. Y ni siquiera parecía estar prestando atención a las palabras de Kisame. Cualquiera hubiera dicho que eran perfectos desconocidos...
O, al menos, esa era la intención. Cuando la información llegó a oídos del Uchiha, éste se limitó a corresponder a la sonrisa de Kisame con otra parecida, cauta, tímida. Luego apagó el cigarrillo y se marchó, susurrando unas palabras al pasar junto al joven de Amegakure.
—Mañana, allí, a las diez. No levantemos sospechas ahora.
Con esas, el renegado buscaría perderse entre las sombras de la noche y el gentío que ya empezaba a abandonar la plaza. Si Kisame trataba de seguirle, descubriría más pronto que tarde que había perdido su pista. Si trataba de buscarle, no encontraría rastro alguno por el pueblo. Era como si aquel muchacho se hubiera esfumado con la misma facilidad con la que el humo de su cigarrillo se perdía en la brisa.
A la mañana siguiente, si acudía a la cita, comprobaría que Karasu no le había correspondido con la misma moneda. Incluso si buscaba en las calles adyacentes a la vivienda no hallaría a nadie que se pareciese al joven Uchiha. Podría esperar —o no— toda la mañana, o todo el día. O toda la eternidad. Pero por allí no aparecería el renegado.
O, al menos, esa era la intención. Cuando la información llegó a oídos del Uchiha, éste se limitó a corresponder a la sonrisa de Kisame con otra parecida, cauta, tímida. Luego apagó el cigarrillo y se marchó, susurrando unas palabras al pasar junto al joven de Amegakure.
—Mañana, allí, a las diez. No levantemos sospechas ahora.
Con esas, el renegado buscaría perderse entre las sombras de la noche y el gentío que ya empezaba a abandonar la plaza. Si Kisame trataba de seguirle, descubriría más pronto que tarde que había perdido su pista. Si trataba de buscarle, no encontraría rastro alguno por el pueblo. Era como si aquel muchacho se hubiera esfumado con la misma facilidad con la que el humo de su cigarrillo se perdía en la brisa.
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A la mañana siguiente, si acudía a la cita, comprobaría que Karasu no le había correspondido con la misma moneda. Incluso si buscaba en las calles adyacentes a la vivienda no hallaría a nadie que se pareciese al joven Uchiha. Podría esperar —o no— toda la mañana, o todo el día. O toda la eternidad. Pero por allí no aparecería el renegado.