13/01/2020, 19:29
—¿Cuál es el número ideal para un equipo?
—Tres —respondió el alumno, diligente—. Mínimo tres —se corrigió—. Ninjutsu, Taijutsu, Genjutsu… Es muy difícil ser maestro de las tres. Pero un equipo puede serlo, cada uno cubriendo las carencias del otro.
—Eso se cumple para la mayoría, sí. En todas las Villas tienen una forma parecida de pensar al respecto, por más que muchas veces se mande un grupo menor a realizar las misiones. Los efectivos son los que son y la demanda es la que es —dijo, práctico—. Pero toda norma tiene su excepción, y en este caso, eso son…
—Los Hermanos del Desierto —dijo orgulloso.
—… los Yotsuki —terminó, y continuó antes de que al chico le diese tiempo a protestar—. Son un clan curioso, ¿sabes? Todos ellos, en un momento de su vida, eligen a un compañero de batalla. Uno con el que lucharán hasta la muerte, sin importar las consecuencias. Va más allá del compañerismo, de la simbiosis, o de la camaradería incluso. Ellos se nutren de esa relación. Juntos, son más fuertes de lo que jamás serían por separado o con otro compañero de equipo.
—Pero, Raito-sensei… Yo te pedí que me hablases de…
—Ahora voy, coño. Que no dejas hablar —protestó Raito—. El caso es que a ese tipo de relación ellos lo llaman Hermandad, y ese compañero que eligen es su Hermano. Y va mucho más allá de compartir un vínculo sanguíneo, de clan, o siquiera de Villa. Ellos lo ven como si fuesen… como si fuesen hermanos de alma.
»¿Me preguntas por los Hermanos del Desierto? Bien, hubo un tiempo en el que ellos eran eso. Así que ya te puedes imaginar el resto.
—Pff… Sigo pensando que nuestro equipo les haría papilla. A ver, no ahora. Datsue es mucho Datsue. Pero, ¿enfrentándonos a ellos en sus comienzos? ¡Vamos, Raito-sensei! ¡Ya nos viste en la última misión!
—¿En sus comienzos, dices?
—Sí, eso, cuando no eran más que unos genins como Mitsuki, Sora y yo.
—En ese caso… —dio una calada, y echó el humo al cielo—. En ese caso hubiesen barrido el suelo con vosotros, y luego os hubiesen usado como alfombra.
El joven hinchó mucho los carrillos y aguantó tanto la respiración —o la rabia del momento—, que se puso rojo.
—Va, ahora acábate la comida y no más cháchara. Tenemos trabajo que hacer.
Mientras tanto, Akame aguardó junto al lago, esperando a que algo sucediese…
—Tres —respondió el alumno, diligente—. Mínimo tres —se corrigió—. Ninjutsu, Taijutsu, Genjutsu… Es muy difícil ser maestro de las tres. Pero un equipo puede serlo, cada uno cubriendo las carencias del otro.
—Eso se cumple para la mayoría, sí. En todas las Villas tienen una forma parecida de pensar al respecto, por más que muchas veces se mande un grupo menor a realizar las misiones. Los efectivos son los que son y la demanda es la que es —dijo, práctico—. Pero toda norma tiene su excepción, y en este caso, eso son…
—Los Hermanos del Desierto —dijo orgulloso.
—… los Yotsuki —terminó, y continuó antes de que al chico le diese tiempo a protestar—. Son un clan curioso, ¿sabes? Todos ellos, en un momento de su vida, eligen a un compañero de batalla. Uno con el que lucharán hasta la muerte, sin importar las consecuencias. Va más allá del compañerismo, de la simbiosis, o de la camaradería incluso. Ellos se nutren de esa relación. Juntos, son más fuertes de lo que jamás serían por separado o con otro compañero de equipo.
—Pero, Raito-sensei… Yo te pedí que me hablases de…
—Ahora voy, coño. Que no dejas hablar —protestó Raito—. El caso es que a ese tipo de relación ellos lo llaman Hermandad, y ese compañero que eligen es su Hermano. Y va mucho más allá de compartir un vínculo sanguíneo, de clan, o siquiera de Villa. Ellos lo ven como si fuesen… como si fuesen hermanos de alma.
»¿Me preguntas por los Hermanos del Desierto? Bien, hubo un tiempo en el que ellos eran eso. Así que ya te puedes imaginar el resto.
—Pff… Sigo pensando que nuestro equipo les haría papilla. A ver, no ahora. Datsue es mucho Datsue. Pero, ¿enfrentándonos a ellos en sus comienzos? ¡Vamos, Raito-sensei! ¡Ya nos viste en la última misión!
—¿En sus comienzos, dices?
—Sí, eso, cuando no eran más que unos genins como Mitsuki, Sora y yo.
—En ese caso… —dio una calada, y echó el humo al cielo—. En ese caso hubiesen barrido el suelo con vosotros, y luego os hubiesen usado como alfombra.
El joven hinchó mucho los carrillos y aguantó tanto la respiración —o la rabia del momento—, que se puso rojo.
—Va, ahora acábate la comida y no más cháchara. Tenemos trabajo que hacer.
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Mientras tanto, Akame aguardó junto al lago, esperando a que algo sucediese…
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