18/01/2020, 16:06
Pasaron las horas. Unas horas largas, solitarias y oscuras en las que Reiji tuvo sin duda tiempo para pensar. Recordó, por ejemplo, que Yuuna se había quedado con ganas de decirle algo antes de que Katsudon se desmayase sobre el timón. Quizás podría haber aprovechado cuando la muchacha le subió la comida. O quizás ambos necesitaban unas horas de calma para entenderse a sí mismos.
Sea como fuere, el amanecer tardó mucho tiempo en llegar. Horas, horas y horas interminables e incontables, pues ninguno de los tres tenía un reloj. Lo único que marcaría el paso del tiempo sería el tímido sol, que comenzaba a salir por la izquierda, un poco a la retaguardia del barco.
—Buenos días —saludó la voz de Yuuna, desperezándose con un bostezo—. ¿Todavía nada de tierra?
Sea como fuere, el amanecer tardó mucho tiempo en llegar. Horas, horas y horas interminables e incontables, pues ninguno de los tres tenía un reloj. Lo único que marcaría el paso del tiempo sería el tímido sol, que comenzaba a salir por la izquierda, un poco a la retaguardia del barco.
—Buenos días —saludó la voz de Yuuna, desperezándose con un bostezo—. ¿Todavía nada de tierra?
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