19/01/2020, 01:40
Reiji prácticamente tiró de Yuuna para conducirla con él a los camarotes.
—¡Ehh! —protestó, pero se dejó acompañar fuera de la cabina, donde se zafó y bajó las escaleras por su cuenta. «Espero que no pretenda continuar lo que dejamos en el camarote, no quiero haber mandado señales que no son... A ver si ahora va a querer ir demasiado rápido».
Afortunadamente, el chico sólo quería dejar claras algunas cosas. Primero confesó que Katsudon ya lo sabía, cosa que le indignó, y además le aconsejó que se lo contase a Hanabi.
—¡Pero eso es algo privado! Que digo yo, ocultar no es mentir, y tampoco me parece un dato crucial, ¿sabes?
Pero lo que vino después fue peor. Había otra chica. Genial. Se iba de viaje y volvía con una extraña de la que se había enamorado. Eso dejó algo de inquietud en el corazón de la pobre Yuuna. ¿Y si cuando aclarase sus ideas descubría que lo que sentía por Reiji era más profundo de lo que pensaba? ¿Qué pasaría si luego encontraba a otra? ¿La dejaría a ella también?
—Yo... no sé, Reiji. Necesito... madurar todo esto en mi cabeza. Por lo pronto, me centraré en cómo voy a contarle todo esto a Hanabi-dono, ¿de acuerdo? Ya... profundizaremos sobre esto en Uzushiogakure.
«No sé por qué me siento tan atraída a este capullo.»
Pero lo hacía. Eso sí, quizás no en momentos como aquél. Yuuna se tapaba la cara con ambas manos, incrédula. El espectáculo era lamentable. No el de Katsudon, ese era como poco impresionante, sino el de su compañero, que estaba a manos del timón berreando como un loco canciones de pirata desafinadas. Claro que, a ver quién le decía algo con lo contento que estaba.
De pronto, Katsudon comenzó a encogerse de nuevo, hasta que se perdió por el borde del casco. Luego, de un bote, subió de nuevo a la embarcación. Sus enormes pasos anunciaron su llegada a la cabina desde tan lejos como el pie de la escalera.
—Creo que me han visto de sobra, vamos. Si no me han visto, es que están ciegos. ¡Oye, Reiji-kun, has tenido una buena idea, eh!
»Pero yo creo que si te hubieras puesto a cantar quiénes somos también se habrían enterado. Menudos berridos.
Yuuna le estaba haciendo un gesto a Katsudon con la mano. "Corta, corta" le decía. Reiji estaba muy orgulloso de sus salomas improvisadas. Lo último que quería es que le volviera a bajar el ánimo.
—Oye, una cosa importante —dijo Yuuna—. Si no me equivoco, no sabíais cómo atracar el barco. Y... bueno, Reiji. Si te lo quieres quedar, igual te convendría no estamparlo contra los muelles.
—Mierda.
—¡Ehh! —protestó, pero se dejó acompañar fuera de la cabina, donde se zafó y bajó las escaleras por su cuenta. «Espero que no pretenda continuar lo que dejamos en el camarote, no quiero haber mandado señales que no son... A ver si ahora va a querer ir demasiado rápido».
Afortunadamente, el chico sólo quería dejar claras algunas cosas. Primero confesó que Katsudon ya lo sabía, cosa que le indignó, y además le aconsejó que se lo contase a Hanabi.
—¡Pero eso es algo privado! Que digo yo, ocultar no es mentir, y tampoco me parece un dato crucial, ¿sabes?
Pero lo que vino después fue peor. Había otra chica. Genial. Se iba de viaje y volvía con una extraña de la que se había enamorado. Eso dejó algo de inquietud en el corazón de la pobre Yuuna. ¿Y si cuando aclarase sus ideas descubría que lo que sentía por Reiji era más profundo de lo que pensaba? ¿Qué pasaría si luego encontraba a otra? ¿La dejaría a ella también?
—Yo... no sé, Reiji. Necesito... madurar todo esto en mi cabeza. Por lo pronto, me centraré en cómo voy a contarle todo esto a Hanabi-dono, ¿de acuerdo? Ya... profundizaremos sobre esto en Uzushiogakure.
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«No sé por qué me siento tan atraída a este capullo.»
Pero lo hacía. Eso sí, quizás no en momentos como aquél. Yuuna se tapaba la cara con ambas manos, incrédula. El espectáculo era lamentable. No el de Katsudon, ese era como poco impresionante, sino el de su compañero, que estaba a manos del timón berreando como un loco canciones de pirata desafinadas. Claro que, a ver quién le decía algo con lo contento que estaba.
De pronto, Katsudon comenzó a encogerse de nuevo, hasta que se perdió por el borde del casco. Luego, de un bote, subió de nuevo a la embarcación. Sus enormes pasos anunciaron su llegada a la cabina desde tan lejos como el pie de la escalera.
—Creo que me han visto de sobra, vamos. Si no me han visto, es que están ciegos. ¡Oye, Reiji-kun, has tenido una buena idea, eh!
»Pero yo creo que si te hubieras puesto a cantar quiénes somos también se habrían enterado. Menudos berridos.
Yuuna le estaba haciendo un gesto a Katsudon con la mano. "Corta, corta" le decía. Reiji estaba muy orgulloso de sus salomas improvisadas. Lo último que quería es que le volviera a bajar el ánimo.
—Oye, una cosa importante —dijo Yuuna—. Si no me equivoco, no sabíais cómo atracar el barco. Y... bueno, Reiji. Si te lo quieres quedar, igual te convendría no estamparlo contra los muelles.
—Mierda.
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