19/01/2020, 19:04
(Última modificación: 19/01/2020, 19:10 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Uchiha Akame podría haberle cortado el gaznate a aquel genin escandaloso e imprudente apenas el muchacho hizo amago de agarrarle la diestra. Luego tuvo la segunda oportunidad, mientras la extremidad derecha de Daiku se inflaba como si le estuvieran metiendo aire con una bomba a presión. La tercera vino mientras le levantaba por los aires; era tan simple como cambiarse el kunai de mano y degollar a aquel chiquillo como a un puto cerdo.
Pero no lo hizo. En ese momento probablemente ni siquiera él sabía demasiado bien qué estaba frenando su acero, pero no lo hizo. ¿Compasión? Daiku era un inocente jovencillo todavía por desflorar que nada había tenido que ver en los desamores de Akame con su antigua madre patria. ¿Pensamiento estratégico? Aquel muchachito era un punto débil en la defensa de Raito que podía explotar a su favor durante el combate. ¿O algo más?
No tenía tiempo para cavilaciones. Mientras era propulsado hacia arriba por el Akimichi su mano zurda se mantuvo firme en la llave; el resultado fue que Daiku prácticamente de dislocó a sí mismo el hombro izquierdo, lo que le causó el dolor suficiente como para perder la concentración en su técnica. Akame no dudó ni un instante en aprovecharlo, y apenas su kunai rajó la cara del advenedizo genin arrancándole una pincelada carmesí, el Uchiha usó uno de sus jutsus secretos para crear una nube de rojo vaporizado que les envolvió a ambos por momentos.
Oculto por su técnica de distracción y libre del agarre de Daiku, Akame pasó a la ofensiva. De la nube de sangre emergió un objeto esférico que se estrelló en el suelo entre Daiku y Raito, produciendo un destello cegador. El Akimichi notaría entonces cómo Akame aterrizaba detrás suyo y le propinaba un violento puntapié que le mandaría volando en dirección a su sensei.
—No tenemos por qué hacer esto, Raito-sensei.
La figura delgada del Uchiha se alzaba, incólume, frente a maestro y alumno. Estaba en guardia, pero no parecía dispuesto a atacar. Sus ojos estaban clavados en su antiguo sensei y despedían una suerte de rabia mezclada con frustración. Parecían querer gritar algo a los cuatro vientos, pero los labios de su dueño se mantenían sellados. Cuando finalmente habló, su voz sonó a punto de quebrarse.
—Os di todo lo que tenía —apretó los dientes—. Os di todo lo que tenía —repitió, como si no quisiera creerlo.
Pero no lo hizo. En ese momento probablemente ni siquiera él sabía demasiado bien qué estaba frenando su acero, pero no lo hizo. ¿Compasión? Daiku era un inocente jovencillo todavía por desflorar que nada había tenido que ver en los desamores de Akame con su antigua madre patria. ¿Pensamiento estratégico? Aquel muchachito era un punto débil en la defensa de Raito que podía explotar a su favor durante el combate. ¿O algo más?
No tenía tiempo para cavilaciones. Mientras era propulsado hacia arriba por el Akimichi su mano zurda se mantuvo firme en la llave; el resultado fue que Daiku prácticamente de dislocó a sí mismo el hombro izquierdo, lo que le causó el dolor suficiente como para perder la concentración en su técnica. Akame no dudó ni un instante en aprovecharlo, y apenas su kunai rajó la cara del advenedizo genin arrancándole una pincelada carmesí, el Uchiha usó uno de sus jutsus secretos para crear una nube de rojo vaporizado que les envolvió a ambos por momentos.
«¡Chigiri no Jutsu!»
Oculto por su técnica de distracción y libre del agarre de Daiku, Akame pasó a la ofensiva. De la nube de sangre emergió un objeto esférico que se estrelló en el suelo entre Daiku y Raito, produciendo un destello cegador. El Akimichi notaría entonces cómo Akame aterrizaba detrás suyo y le propinaba un violento puntapié que le mandaría volando en dirección a su sensei.
—No tenemos por qué hacer esto, Raito-sensei.
La figura delgada del Uchiha se alzaba, incólume, frente a maestro y alumno. Estaba en guardia, pero no parecía dispuesto a atacar. Sus ojos estaban clavados en su antiguo sensei y despedían una suerte de rabia mezclada con frustración. Parecían querer gritar algo a los cuatro vientos, pero los labios de su dueño se mantenían sellados. Cuando finalmente habló, su voz sonó a punto de quebrarse.
—Os di todo lo que tenía —apretó los dientes—. Os di todo lo que tenía —repitió, como si no quisiera creerlo.