20/01/2020, 04:16
Si hubo algo que impidió a aquel malhechor el echarse a reír cuando su víctima se dio de cara contra el muro, fue el peligro de tentar la suerte y tropezarse. Sin embargo, se sentía victorioso: había burlado a sus dos perseguidores y tenía el paquete entre manos. Solo era cuestión de minutos para que desapareciese y regresase a reportar un trabajo sucio bien hecho.
Pero la suerte es un relato de final impredecible, y se demostró a si misma cuando de “la nada” aquel chico de la marioneta salto justo frente a él. Ni siquiera le dio tiempo de pensar, algo le corto por debajo de las rodillas y le hizo caer; y a su vez, la caída le despojo del paquete. Su primer instinto fue levantarse y luchar (después de todo, era solo un niño), pero sus piernas le suplicaron descanso ante el dolor. Por si fuera poco, podía escuchar como el muro que hacía poco lo había salvado estaba a dos golpes de desmoronarse. Podía quedarse y luchar… ¿Pero que había de sus compañeros? Podían estar muertos o haber huido, pues solo eso explicaba la presencia de sus perseguidores. Cualquiera de ambas opciones le parecían justificativo suficiente como para dar el trabajo por perdido y emprender la retirada. Así que, abandonando su objetivo, arrojo una bomba de humo al suelo y cubrió de tinieblas el callejón.
Para cuando la humareda de disipo ya no había ningún ladrón.
—¡Gracias, gracias, muchas gracias! —exclamo con euforia la mujer en cuanto llego a donde estaba la caja, sobre la que se abalanzo.
Era difícil saber si el agradecimiento era para Takumi o para los cielos, pero lo cierto es que había gratitud allí.
—Lo siento; pero debemos volver, por favor —exclamo mientras cargaba la caja de marionetas.
Ella tenía muchas preguntas que hacer, pero necesitaban regresar y encontrarse con la guardia de la ciudad: seguramente el ruido en medio de los callejones les habría guiado, pues ya estaban alerta con la cuestión del asalto a la carroza. Además, era necesario capturar a los maleantes para saber quién pudo haber organizado el robo.
Pero la suerte es un relato de final impredecible, y se demostró a si misma cuando de “la nada” aquel chico de la marioneta salto justo frente a él. Ni siquiera le dio tiempo de pensar, algo le corto por debajo de las rodillas y le hizo caer; y a su vez, la caída le despojo del paquete. Su primer instinto fue levantarse y luchar (después de todo, era solo un niño), pero sus piernas le suplicaron descanso ante el dolor. Por si fuera poco, podía escuchar como el muro que hacía poco lo había salvado estaba a dos golpes de desmoronarse. Podía quedarse y luchar… ¿Pero que había de sus compañeros? Podían estar muertos o haber huido, pues solo eso explicaba la presencia de sus perseguidores. Cualquiera de ambas opciones le parecían justificativo suficiente como para dar el trabajo por perdido y emprender la retirada. Así que, abandonando su objetivo, arrojo una bomba de humo al suelo y cubrió de tinieblas el callejón.
Para cuando la humareda de disipo ya no había ningún ladrón.
—¡Gracias, gracias, muchas gracias! —exclamo con euforia la mujer en cuanto llego a donde estaba la caja, sobre la que se abalanzo.
Era difícil saber si el agradecimiento era para Takumi o para los cielos, pero lo cierto es que había gratitud allí.
—Lo siento; pero debemos volver, por favor —exclamo mientras cargaba la caja de marionetas.
Ella tenía muchas preguntas que hacer, pero necesitaban regresar y encontrarse con la guardia de la ciudad: seguramente el ruido en medio de los callejones les habría guiado, pues ya estaban alerta con la cuestión del asalto a la carroza. Además, era necesario capturar a los maleantes para saber quién pudo haber organizado el robo.
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