20/01/2020, 13:30
—¡A-Arashikage-sama! —exclamó Ren, aterrada.
Y tanto Ayame, como el invocador, como la propia Kiroe se volvieron hacia ella con gesto confundido. La pastelera incluso llegó a mirar hacia atrás, buscando a Yui.
—¿Eh? ¿Yui? ¿Dónde? —La ira de Kiroe se había transformado en la más absoluta expresión del desconcierto. Pero aquello no fue más que la calma que precede a la tempestad, y no tardó en arremeter de nuevo—. Oh, ¿yo? YO NO SOY YUI, SÓLO LA DUEÑA DE LA PASTELERÍA QUE ESOS PUTOS CERDOS HAN DESTROZADO.
«¿Ha confundido a Kiroe con la Arashikage? Como se nota que no conoce a Yui-sama...» No pudo evitar pensar Ayame, con un escalofrío.
Porque, por muy aterradora que pudiera ser la visión de Kiroe enfurecida, no llegaba a hacerle sombra a Amekoro Yui. Aquella mujer daba miedo en cualquier circunstancia, enfadada o no. Pero cuida de tu cuello como no esté de humor... Ayame lo sabía bien.
—No sé cual de vosotros dos ha sido quien ha invocado a esos cerdos, pero va a pagarme hasta el último ryō de las reparaciones. O lo pagará con sangre. ¿¡Queda claro!? Mientras pague, estamos en paz, pero más vale que confiese antes de que tenga que ponerme a investigar yo y lo averigüe.
Ayame agachó la cabeza, sombría. No se sentía capaz de acusar al invocador, pero mucho peor sería la opción de lanzar una falsa acusación sobre Ren. ¿Qué podía hacer ella? Pasaron los segundos en completo silencio. Y entonces, el invocador, temblando de pies a cabeza, dio un paso al frente. El pobre apretaba los puños junto a los costados y no dejaba de llorar.
—He... he sido yo, señora... —confesó—. No... no era mi intención... se me fue de las manos... ¡Se descontrolaron! ¡Por favor, perdóneme! —aulló, lanzándose al suelo de rodillas—. Y... yo... no tengo tanto dinero para pagarle... P... pero puedo ayudarla... P... ¡Puedo trabajar para usted hasta que salde mi deuda, si así lo desea...!
Y tanto Ayame, como el invocador, como la propia Kiroe se volvieron hacia ella con gesto confundido. La pastelera incluso llegó a mirar hacia atrás, buscando a Yui.
—¿Eh? ¿Yui? ¿Dónde? —La ira de Kiroe se había transformado en la más absoluta expresión del desconcierto. Pero aquello no fue más que la calma que precede a la tempestad, y no tardó en arremeter de nuevo—. Oh, ¿yo? YO NO SOY YUI, SÓLO LA DUEÑA DE LA PASTELERÍA QUE ESOS PUTOS CERDOS HAN DESTROZADO.
«¿Ha confundido a Kiroe con la Arashikage? Como se nota que no conoce a Yui-sama...» No pudo evitar pensar Ayame, con un escalofrío.
Porque, por muy aterradora que pudiera ser la visión de Kiroe enfurecida, no llegaba a hacerle sombra a Amekoro Yui. Aquella mujer daba miedo en cualquier circunstancia, enfadada o no. Pero cuida de tu cuello como no esté de humor... Ayame lo sabía bien.
—No sé cual de vosotros dos ha sido quien ha invocado a esos cerdos, pero va a pagarme hasta el último ryō de las reparaciones. O lo pagará con sangre. ¿¡Queda claro!? Mientras pague, estamos en paz, pero más vale que confiese antes de que tenga que ponerme a investigar yo y lo averigüe.
Ayame agachó la cabeza, sombría. No se sentía capaz de acusar al invocador, pero mucho peor sería la opción de lanzar una falsa acusación sobre Ren. ¿Qué podía hacer ella? Pasaron los segundos en completo silencio. Y entonces, el invocador, temblando de pies a cabeza, dio un paso al frente. El pobre apretaba los puños junto a los costados y no dejaba de llorar.
—He... he sido yo, señora... —confesó—. No... no era mi intención... se me fue de las manos... ¡Se descontrolaron! ¡Por favor, perdóneme! —aulló, lanzándose al suelo de rodillas—. Y... yo... no tengo tanto dinero para pagarle... P... pero puedo ayudarla... P... ¡Puedo trabajar para usted hasta que salde mi deuda, si así lo desea...!