23/01/2020, 17:01
Uzumaki Kiyomi levantó la vista del pesado archivador en el que estaba clasificando una pila de informes y saludó con una sonrisa amable al marionetista.
—Buenos días, genin-san —respondió, para luego inquirir—. ¿Cómo es tu nombre?
Una vez Takumi se presentase como era debido —esto es, dando su nombre—, Kiyomi tomaría un pergamino de entre los tantos que tenía sobre la mesa y lo desenrollaría con movimientos enérgicos. Sus ojos acaramelados como una manzana asada se movieron vivaces por la lista de nombres escrita en aquel pedazo de papel hasta dar con el que les concernía en ese momento: Tsukisame Takumi.
—Ah, aquí está. ¿Tu primer día de tutelaje, eh? Bueno, seguro que te va a ir de lujo, ¡has tenido suerte! Te ha tocado Uzumaki Junko-dono. Es toda una heroína de guerra, por así decirlo —le indicó que esperase a un lado de la sala con un gesto de su mano—. Si te ha citado ahora, no debería tardar. Junko-dono es muy puntual. ¡Ánimo con ese primer día, Tsukisame-san!
Unos cinco minutos después de que el reloj diese las once, Takumi escucharía llegar a dos personas que, sin llegar a acercársele, mantenían una acalorada conversación. Una de ellas era un jōnin —a juzgar por su chaleco militar y la placa dorada que llevaba sobre el hombro izquierdo— muy bajito, calvo y que replicaba a todo haciendo aspavientos con los brazos. La otra era una mujer de unos treinta años, pelo rojo como el fuego y ojos azules. Vestía también el uniforme reglamentario de la Villa, solo que en su caso la placa identificativa era plateada —una chūnin— y colgaba sobre la manga vacía que cubría su muñón. Le faltaba casi la totalidad del brazo izquierdo.
—Si sigues adelante con esto, no te voy a cubrir, Junko —le decía el jōnin—. Será tu responsabilidad y nadie va a estar ahí para sacarte las castañas del fuego si la cosa se tuerce. Uzukage-sama ya ha dado su opinión al respecto, y la comparto. Sería mejor que te tomaras un desc...
—¿Un descanso, ibas a decir? ¿Otro? ¿De cuanto, Inoki-dono? —replicó la Uzumaki, visiblemente ofendida—. Soy tan apta como cualquiera de mis compañeros para esta tarea, y os lo demostraré tanto a ti como a Uzukage-sama. No necesito caridad, ni más reposo, ni nada de nada. Necesito trabajar. ¿Me entiendes?
—Buenos días, genin-san —respondió, para luego inquirir—. ¿Cómo es tu nombre?
Una vez Takumi se presentase como era debido —esto es, dando su nombre—, Kiyomi tomaría un pergamino de entre los tantos que tenía sobre la mesa y lo desenrollaría con movimientos enérgicos. Sus ojos acaramelados como una manzana asada se movieron vivaces por la lista de nombres escrita en aquel pedazo de papel hasta dar con el que les concernía en ese momento: Tsukisame Takumi.
—Ah, aquí está. ¿Tu primer día de tutelaje, eh? Bueno, seguro que te va a ir de lujo, ¡has tenido suerte! Te ha tocado Uzumaki Junko-dono. Es toda una heroína de guerra, por así decirlo —le indicó que esperase a un lado de la sala con un gesto de su mano—. Si te ha citado ahora, no debería tardar. Junko-dono es muy puntual. ¡Ánimo con ese primer día, Tsukisame-san!
Unos cinco minutos después de que el reloj diese las once, Takumi escucharía llegar a dos personas que, sin llegar a acercársele, mantenían una acalorada conversación. Una de ellas era un jōnin —a juzgar por su chaleco militar y la placa dorada que llevaba sobre el hombro izquierdo— muy bajito, calvo y que replicaba a todo haciendo aspavientos con los brazos. La otra era una mujer de unos treinta años, pelo rojo como el fuego y ojos azules. Vestía también el uniforme reglamentario de la Villa, solo que en su caso la placa identificativa era plateada —una chūnin— y colgaba sobre la manga vacía que cubría su muñón. Le faltaba casi la totalidad del brazo izquierdo.
—Si sigues adelante con esto, no te voy a cubrir, Junko —le decía el jōnin—. Será tu responsabilidad y nadie va a estar ahí para sacarte las castañas del fuego si la cosa se tuerce. Uzukage-sama ya ha dado su opinión al respecto, y la comparto. Sería mejor que te tomaras un desc...
—¿Un descanso, ibas a decir? ¿Otro? ¿De cuanto, Inoki-dono? —replicó la Uzumaki, visiblemente ofendida—. Soy tan apta como cualquiera de mis compañeros para esta tarea, y os lo demostraré tanto a ti como a Uzukage-sama. No necesito caridad, ni más reposo, ni nada de nada. Necesito trabajar. ¿Me entiendes?