24/01/2020, 15:15
Tras cortar Junko la discusión y despedirse de Inoki esta primera se dirigió hacia el joven genin, pero ya no había ni un ápice de rabia o enfado, una sonrisa cálida y amable se dibujaba en su cara. Cuando llegó a su altura la Uzumaki realizó una leve reverencia, a la cual Takumi respondió educadamente de la misma forma.
—¡Takumi! ¿verdad? Te estaba esperando, ¡estoy deseando comenzar con el adiestramiento!
—Así es —Dijo mientras aún mantenía la reverencia. —Es todo un honor tenerla como maestra Uzumaki Junko-sensei.
—¿Qué te parece si damos un paseo y me cuentas un poco de tu historia? Me he leído el informe eh, que conste, pero ya sabes que algunas veces los matices se pierden al trasladarlos al papel. Querría oírlo todo de tu propia boca, Takumi. —«Mi... ¿historia?»
Hablar de su pasado no era de las cosas favoritas del marionetista, aún tenía pesadillas con la pérdida de sus padres y su hermano, todo ese tema lo guardaba celosamente dentro de él. A la única persona que había llegado a abrirse era a Itona, al cual consideraba un abuelo para él; con su familia muerta y sin gente a la que acudir, Itona lo recogió en estado de desnutrición de las ruinas de la otrora gran Sunagakure y lo crió y entrenó desinteresadamente. A día de hoy el kazejin seguía preguntándose qué le llevó a hacer eso, qué vio en aquel niño de siete años el cual vagaba por el desierto en un estado entre la vida y la muerte. Por todas estas cosas sabía que iba a ser una prueba para él hablar de eso con una desconocida, por mucho que fuera su sensei. Pero había algo que lo tranquilizaba en lo más profundo de su ser, pese a acabar de conocer a Junko, su sonrisa... le calmaba. Le recordaba a la sonrisa de Hikaru, su madre, esa sonrisa que le acompañaba las noches que no podía dormir, esa sonrisa que su madre siempre tenía frente a cualquier dificultad, esa sonrisa que Takumi tenía grabada a fuego en su cabeza.
Ya dando el paseo Takumi comenzó a contarle su historia.
—Si quiere que me detenga más específicamente en algunas partes dígamelo. Bueno... Nací en Inaka, en una buena familia, no muy ricos pero no pasábamos dificultades. Mi padre era guardia del palacio del daimyō, aún reinaba Natsukatto Rafū, y mi madre tenía una pequeña tienda, aunque vendía de todo un poco su especialidad eran los kimonos, sus kimonos eran los más bonitos de toda la ciudad. También tenía un hermano mayor, Arata era el mejor, siempre me contaba un montón de historias y cuentos; se esforzaba de sobremanera para que no me faltara nada. —Tuvo que esforzarse por que no se le cayeran las lágrimas hablando de su familia. —Debido a la inestabilidad política de Kaze no Kuni y a los sucesivos golpes de Estado fallecieron todos, bueno... los asesinaron. —Apretó los puños. —Tras todo eso un viejo marionetista me recogió, me cuidó y me entrenó; pero cuando su salud no le permitió continuar con mi entrenamiento me aconsejó venir aquí, a Uzushiogakure no Sato, para que siguiera mejorando. Y aquí estoy ahora, continuando con mi entrenamiento.
—¡Takumi! ¿verdad? Te estaba esperando, ¡estoy deseando comenzar con el adiestramiento!
—Así es —Dijo mientras aún mantenía la reverencia. —Es todo un honor tenerla como maestra Uzumaki Junko-sensei.
—¿Qué te parece si damos un paseo y me cuentas un poco de tu historia? Me he leído el informe eh, que conste, pero ya sabes que algunas veces los matices se pierden al trasladarlos al papel. Querría oírlo todo de tu propia boca, Takumi. —«Mi... ¿historia?»
Hablar de su pasado no era de las cosas favoritas del marionetista, aún tenía pesadillas con la pérdida de sus padres y su hermano, todo ese tema lo guardaba celosamente dentro de él. A la única persona que había llegado a abrirse era a Itona, al cual consideraba un abuelo para él; con su familia muerta y sin gente a la que acudir, Itona lo recogió en estado de desnutrición de las ruinas de la otrora gran Sunagakure y lo crió y entrenó desinteresadamente. A día de hoy el kazejin seguía preguntándose qué le llevó a hacer eso, qué vio en aquel niño de siete años el cual vagaba por el desierto en un estado entre la vida y la muerte. Por todas estas cosas sabía que iba a ser una prueba para él hablar de eso con una desconocida, por mucho que fuera su sensei. Pero había algo que lo tranquilizaba en lo más profundo de su ser, pese a acabar de conocer a Junko, su sonrisa... le calmaba. Le recordaba a la sonrisa de Hikaru, su madre, esa sonrisa que le acompañaba las noches que no podía dormir, esa sonrisa que su madre siempre tenía frente a cualquier dificultad, esa sonrisa que Takumi tenía grabada a fuego en su cabeza.
Ya dando el paseo Takumi comenzó a contarle su historia.
—Si quiere que me detenga más específicamente en algunas partes dígamelo. Bueno... Nací en Inaka, en una buena familia, no muy ricos pero no pasábamos dificultades. Mi padre era guardia del palacio del daimyō, aún reinaba Natsukatto Rafū, y mi madre tenía una pequeña tienda, aunque vendía de todo un poco su especialidad eran los kimonos, sus kimonos eran los más bonitos de toda la ciudad. También tenía un hermano mayor, Arata era el mejor, siempre me contaba un montón de historias y cuentos; se esforzaba de sobremanera para que no me faltara nada. —Tuvo que esforzarse por que no se le cayeran las lágrimas hablando de su familia. —Debido a la inestabilidad política de Kaze no Kuni y a los sucesivos golpes de Estado fallecieron todos, bueno... los asesinaron. —Apretó los puños. —Tras todo eso un viejo marionetista me recogió, me cuidó y me entrenó; pero cuando su salud no le permitió continuar con mi entrenamiento me aconsejó venir aquí, a Uzushiogakure no Sato, para que siguiera mejorando. Y aquí estoy ahora, continuando con mi entrenamiento.