25/01/2020, 22:09
Había pasado un año, exactamente un año, desde lo que algunos habían bautizado como la Reunión de los Tres Grandes. Aquel día había hecho sol. Aquel día había hecho calor. Y todo había acabado bien. En el día de hoy, en cambio, hacía frío, mucho frío. De ese que traspasaba la piel y atravesaba los huesos. De ese que producía una nube de vaho cada vez que se expulsaba el aire por la boca. De ese que se colaba entre las ropas a través de la lluvia. ¿Era aquella una señal? Prefería no pensar en ello.
Hanabi caminaba con sus habituales acompañantes. Katsudon, a su derecha; Kuza, a su izquierda. Todo parecía igual, y todo era distinto al mismo tiempo. Kurama, los bijūs, tantas cosas que había preconcebido. Que había dado por ciertas, sin siquiera planteárselas. Y Reiji había llegado un buen día para tumbárselas de un sopapo.
¿Les pasaría lo mismo a Yui y Kintsugi, cuando se lo contase? Algo le decía que si no era así, la Oonindo que conocían estaría en más peligro que nunca.
—Todo irá bien, Hanabi-kun.
Hanabi miró a Katsudon y esbozó una sonrisa relajada que estaba lejos de poseer.
—Lo sé, Don. Lo sé. —Quería creer que lo sabía, al menos.
Se dieron cuenta que eran los primeros en el templo sin Dios, y Hanabi fue a ocupar asiento en el mismo lugar que la anterior vez. Oh, bueno, quizá no fuese exactamente el mismo asiento, por eso de que lo había roto en un descuido, pero sin duda una sustitución idéntica. Miró el sillón de piedra en el que había estado sentado Moyashi Kenzou un año atrás y, entonces, se dio cuenta…
… se dio cuenta que, definitivamente, nada sería ya igual.
Hanabi caminaba con sus habituales acompañantes. Katsudon, a su derecha; Kuza, a su izquierda. Todo parecía igual, y todo era distinto al mismo tiempo. Kurama, los bijūs, tantas cosas que había preconcebido. Que había dado por ciertas, sin siquiera planteárselas. Y Reiji había llegado un buen día para tumbárselas de un sopapo.
¿Les pasaría lo mismo a Yui y Kintsugi, cuando se lo contase? Algo le decía que si no era así, la Oonindo que conocían estaría en más peligro que nunca.
—Todo irá bien, Hanabi-kun.
Hanabi miró a Katsudon y esbozó una sonrisa relajada que estaba lejos de poseer.
—Lo sé, Don. Lo sé. —Quería creer que lo sabía, al menos.
Se dieron cuenta que eran los primeros en el templo sin Dios, y Hanabi fue a ocupar asiento en el mismo lugar que la anterior vez. Oh, bueno, quizá no fuese exactamente el mismo asiento, por eso de que lo había roto en un descuido, pero sin duda una sustitución idéntica. Miró el sillón de piedra en el que había estado sentado Moyashi Kenzou un año atrás y, entonces, se dio cuenta…
… se dio cuenta que, definitivamente, nada sería ya igual.