26/01/2020, 20:53
Oh, la oyeron llegar. Desde las profundidades del bosque llegó de pronto una risotada característica. Amekoro Yui, que no tardaría en aparecer esgrimiendo una de sus sonrisas afiladas. Se limpió una lágrima con la mano: parecía que algo le había hecho mucha gracia. Paseó sus ojos azul eléctrico por Hanabi: de abajo a arriba. Cuando se detuvo en ellos, le guiñó el ojo. Su sonrisa pareció ensancharse aún más. Luego se fijó en la recién llegada. No, no en ella misma. La recién llegada al selecto grupo llamado los Tres Grandes Kage: a Aburame Kintsugi, como ella misma se había presentado al teléfono. Y la sonrisa de Yui murió. Hasta ella sabía cuándo mantener cierto decoro. Se acercó al banco de piedra que le correspondía y se sentó. Allí había un extraño vacío: el que había ocupado la montaña que era Moyashi Kenzou.
Detrás de ella venían sus dos acompañantes:
La que no podía faltar: Hōzuki Shanise, oculta tras su gorro de lana gris y el respirador, que inspeccionaba curiosa con sus ojos verdes a todos los presentes. Se habían detenido en el enorme lobo que acompañaba a una de las jōnin que traía consigo la nueva Morikage.
Y el otro shinobi: alguien que aún ninguno de los presentes aparte de la delegación de Amegakure había visto, ni siquiera en la anterior reunión. Era alto, de aspecto robusto y cabello negro recogido en un moño que sujetaba un curioso pincel. Vestía el chaleco de la Lluvia y bajo él una camiseta sin mangas de color negro. Negros eran también los tatuajes que recubrían la parte visible de su piel. En el cuello tenía dos serpientes que miraban al frente y se enrosacaban las colas a la altura de la clavícula. En ambos brazos, dos ratas, dos peces y dos dragones orientales que recorrían sus antebrazos hasta las muñecas. En el izquierdo, cerca del hombro, un cuervo. En el derecho, en el mismo sitio, un águila.
—Bueno, pues vamos a ello —soltó Yui, como única introducción—. En primer lugar, Kintsugi. Siento mucho lo del viejo. De verdad que sí. —Una leve sombra de tristeza asomó en los ojos de la jinchūriki de la Tormenta. Al fin y al cabo, era la única que quedaba de aquellos tres que eran. Shiona, Kenzou y ella. No debería haberle extrañado, porque también había sido la más joven de los tres, pero...
Detrás de ella venían sus dos acompañantes:
La que no podía faltar: Hōzuki Shanise, oculta tras su gorro de lana gris y el respirador, que inspeccionaba curiosa con sus ojos verdes a todos los presentes. Se habían detenido en el enorme lobo que acompañaba a una de las jōnin que traía consigo la nueva Morikage.
Y el otro shinobi: alguien que aún ninguno de los presentes aparte de la delegación de Amegakure había visto, ni siquiera en la anterior reunión. Era alto, de aspecto robusto y cabello negro recogido en un moño que sujetaba un curioso pincel. Vestía el chaleco de la Lluvia y bajo él una camiseta sin mangas de color negro. Negros eran también los tatuajes que recubrían la parte visible de su piel. En el cuello tenía dos serpientes que miraban al frente y se enrosacaban las colas a la altura de la clavícula. En ambos brazos, dos ratas, dos peces y dos dragones orientales que recorrían sus antebrazos hasta las muñecas. En el izquierdo, cerca del hombro, un cuervo. En el derecho, en el mismo sitio, un águila.
—Bueno, pues vamos a ello —soltó Yui, como única introducción—. En primer lugar, Kintsugi. Siento mucho lo del viejo. De verdad que sí. —Una leve sombra de tristeza asomó en los ojos de la jinchūriki de la Tormenta. Al fin y al cabo, era la única que quedaba de aquellos tres que eran. Shiona, Kenzou y ella. No debería haberle extrañado, porque también había sido la más joven de los tres, pero...