26/01/2020, 21:43
—El placer es mío, Kintsugi-dono —replicó, devolviéndole el saludo con una inclinación de cabeza. «Aunque hubiese preferido no tener dicho placer en absoluto», quiso añadir. Eso hubiese significado que Kenzou todavía seguiría allí. Eso hubiese significado que al viejo todavía le quedaban muchos años y batallas por librar. En su lugar, dijo:—. Y mis más profundas condolencias. Siento mucho lo que le sucedió a Kenzou-dono.
Era increíble que una montaña como él hubiese sucumbido. Pero, tras la muerte de Shiona, a Hanabi ya no le sorprendía nada.
La ANBU de cabellos rojos, Kuza, cambió el peso de una pierna a otra, inquieta. El año anterior, había sudado la gota gorda la mayor parte de la reunión, temerosa de que Yui fuese a hacer algo inapropiado, por decirlo suavemente. Ahora, un majestuoso lobo que tenía cuchillos por dientes yacía a pocos metros de ella. Suspiró tras la máscara —blanca y con una espiral carmesí dibujada en la frente—, y se preguntó por qué no habría elegido otra rama aparte del fūinjutsu.
Katsudon, al otro lado de Hanabi, fue el primero en ver llegar a Yui. No le pasó desapercibido la sonrisa que esbozaba al ver a Hanabi, ni que el Uzukage tirase del cuello de su uwagi para que pasase mejor el aire, visiblemente incómodo. Algo le decía que Hanabi sabía por qué Yui sonreía.
La Arashikage, nada más sentarse, dio el pésame.
—Es una gran pérdida —coincidió Hanabi. Una irreparable—. ¿Cómo sucedió, Kitsugi-dono? —No quería tocar la herida, pero quería escuchar la versión extendida, y no los fríos datos que le habían soltado por teléfono.
Era increíble que una montaña como él hubiese sucumbido. Pero, tras la muerte de Shiona, a Hanabi ya no le sorprendía nada.
La ANBU de cabellos rojos, Kuza, cambió el peso de una pierna a otra, inquieta. El año anterior, había sudado la gota gorda la mayor parte de la reunión, temerosa de que Yui fuese a hacer algo inapropiado, por decirlo suavemente. Ahora, un majestuoso lobo que tenía cuchillos por dientes yacía a pocos metros de ella. Suspiró tras la máscara —blanca y con una espiral carmesí dibujada en la frente—, y se preguntó por qué no habría elegido otra rama aparte del fūinjutsu.
Katsudon, al otro lado de Hanabi, fue el primero en ver llegar a Yui. No le pasó desapercibido la sonrisa que esbozaba al ver a Hanabi, ni que el Uzukage tirase del cuello de su uwagi para que pasase mejor el aire, visiblemente incómodo. Algo le decía que Hanabi sabía por qué Yui sonreía.
La Arashikage, nada más sentarse, dio el pésame.
—Es una gran pérdida —coincidió Hanabi. Una irreparable—. ¿Cómo sucedió, Kitsugi-dono? —No quería tocar la herida, pero quería escuchar la versión extendida, y no los fríos datos que le habían soltado por teléfono.