27/01/2020, 20:52
—El placer es mío, Kintsugi-dono —respondió Hanabi, con una inclinación de cabeza—. Y mis más profundas condolencias. Siento mucho lo que le sucedió a Kenzou-dono.
La Morikage aceptó las condolencias con una elegante inclinación de cabeza.
Afortunadamente para todos los presentes, la Arashikage no se hizo de rogar. E incluso la escucharon antes de verla llegar. Incluso el enorme lobo, hasta ahora aletargado, levantó la cabeza y las orejas cuando escuchó una risotada provenir desde las profundidades del bosque. La líder de Amegakure vino acompañada de otras dos personas más. Kintsugi conocía a la otra mujer de la otra reunión, su inseparable Shanise que incluso había tomado partido la última vez. Pero no sabía quién era el otro que la acompañaba, aquel shinobi musculado y con el cuerpo lleno de tatuajes. Yui venía riéndose, quizás de una broma muy graciosa que acababa de escuchar, y su sonrisa sólo se ensanchó aún más cuando reparó en la presencia de Hanabi, quien se estiraba del cuello del uwagi en un gesto visiblemente incómodo, pero esta murió cuando giró la cabeza hacia la Morikage.
«Comprensible», se dijo Kintsugi. Sabía bien que Yui y Kenzou habían estado muy relacionados en cuanto a relaciones diplomáticas se refería. Además, junto a la ya difunta Shiona, constituían el trío de Kage de la misma generación. Ahora sólo quedaba ella. Hanabi y ella misma constituían la nueva generación a florecer.
—Bueno, pues vamos a ello —soltó Yui, como única introducción—. En primer lugar, Kintsugi. Siento mucho lo del viejo. De verdad que sí.
La Morikage volvió a inclinar la cabeza, tal y como había hecho con el Uzukage minutos atrás.
—Es una gran pérdida —coincidió Hanabi. Quizás fuese a ser lo único en lo que estuviesen de acuerdo en aquella reunión—. ¿Cómo sucedió, Kitsugi-dono?
—Hana, por favor —pidió Kintsugi.
—Enseguida, Morikage-sama —asintió la mujer de cabellos rojos, tendiéndole a su líder dos folios.
Kintsugi cogió un folio con cada mano y las extendió hacia sendos Kage. Una serie de mariposas doradas tomaron los papeles y los acercaron revoloteando hacia sus respectivos destinatarios, posándose después grácilmente sobre la mesa.
—Nuestro Jinchūriki, Eikyuu Juro. Es probable que alguno de vosotros lo recordéis del examen de Chūnin —explicó, mirándo a los dos Kage desde detrás de su antifaz—. Él fue quien acabó con la vida de Moyashi Kenzou, transformado en esa bestia que lleva en su interior, antes de huir de la aldea.
—¡Putos Bijū! —escupió Akazukin, llena de rabia.
—Akazukin, basta —la riñó Hana.
Pero Kintsugi solicitó silencio, alzando la mano.
—Ahora mismo no tenemos ninguna pista sobre su paradero. Por eso solicito que Arashikage-dono y Uzukage-dono ayuden a nuestra aldea a buscar y dar caza al traidor incluyendo su retrato en sus respectivos Libro Bingo. Ofrecemos hasta 30.000 Ryō por él. Vivo o muerto.
La Morikage aceptó las condolencias con una elegante inclinación de cabeza.
Afortunadamente para todos los presentes, la Arashikage no se hizo de rogar. E incluso la escucharon antes de verla llegar. Incluso el enorme lobo, hasta ahora aletargado, levantó la cabeza y las orejas cuando escuchó una risotada provenir desde las profundidades del bosque. La líder de Amegakure vino acompañada de otras dos personas más. Kintsugi conocía a la otra mujer de la otra reunión, su inseparable Shanise que incluso había tomado partido la última vez. Pero no sabía quién era el otro que la acompañaba, aquel shinobi musculado y con el cuerpo lleno de tatuajes. Yui venía riéndose, quizás de una broma muy graciosa que acababa de escuchar, y su sonrisa sólo se ensanchó aún más cuando reparó en la presencia de Hanabi, quien se estiraba del cuello del uwagi en un gesto visiblemente incómodo, pero esta murió cuando giró la cabeza hacia la Morikage.
«Comprensible», se dijo Kintsugi. Sabía bien que Yui y Kenzou habían estado muy relacionados en cuanto a relaciones diplomáticas se refería. Además, junto a la ya difunta Shiona, constituían el trío de Kage de la misma generación. Ahora sólo quedaba ella. Hanabi y ella misma constituían la nueva generación a florecer.
—Bueno, pues vamos a ello —soltó Yui, como única introducción—. En primer lugar, Kintsugi. Siento mucho lo del viejo. De verdad que sí.
La Morikage volvió a inclinar la cabeza, tal y como había hecho con el Uzukage minutos atrás.
—Es una gran pérdida —coincidió Hanabi. Quizás fuese a ser lo único en lo que estuviesen de acuerdo en aquella reunión—. ¿Cómo sucedió, Kitsugi-dono?
—Hana, por favor —pidió Kintsugi.
—Enseguida, Morikage-sama —asintió la mujer de cabellos rojos, tendiéndole a su líder dos folios.
Kintsugi cogió un folio con cada mano y las extendió hacia sendos Kage. Una serie de mariposas doradas tomaron los papeles y los acercaron revoloteando hacia sus respectivos destinatarios, posándose después grácilmente sobre la mesa.
—Nuestro Jinchūriki, Eikyuu Juro. Es probable que alguno de vosotros lo recordéis del examen de Chūnin —explicó, mirándo a los dos Kage desde detrás de su antifaz—. Él fue quien acabó con la vida de Moyashi Kenzou, transformado en esa bestia que lleva en su interior, antes de huir de la aldea.
—¡Putos Bijū! —escupió Akazukin, llena de rabia.
—Akazukin, basta —la riñó Hana.
Pero Kintsugi solicitó silencio, alzando la mano.
—Ahora mismo no tenemos ninguna pista sobre su paradero. Por eso solicito que Arashikage-dono y Uzukage-dono ayuden a nuestra aldea a buscar y dar caza al traidor incluyendo su retrato en sus respectivos Libro Bingo. Ofrecemos hasta 30.000 Ryō por él. Vivo o muerto.
1 AO
–