28/01/2020, 02:23
Cuando el escualo postró los ojos en el documento, no pudo evitar llevarse una mano a sus fauces para evitar soltar una risotada. No era el nombre lo que le causaba gran parte de la gracia, sino la reacción del propio Akame; ofendido ante la triquiñuela de Kyūtsuki. Él, no obstante, había corrido con mayor suerte. La mujer de los mil rostros bien que había hecho al elegir una tapadera de lo más apropiada para Kaido: su nombre era Sunamori Kincho —nombre que ya venía haciendo uso con la flota de Baratie en los viajes que hizo mientras Ryū se recuperaba de las secuelas del Kaji Saiban—. quien no era sino un humilde mercader de especias y hierbas exóticas, oriundo de Inaka.
—No está tan mal —dijo, a modo de consuelo—. aunque Suzaku te hubiera sentado mejor, creo yo. No porque te lo haya puesto yo antes...
Hizo una mueca y sonrió.
Y a propósito de lo de Kincho, Kaido aprovechó la lenta caminata para ejecutar los sellos necesarios y comenzar así el proceso de reflejo que acabaría dándole finalmente una apariencia totalmente distinta. La faceta de Sunamori Kincho, una de sus pieles; era la de un hombre larguirucho y delgado. Tenía la piel ligeramente tostada como todo oriundo del Desierto, vestía ropajes holgados de colores crema y arena, además de un turbante que le cubría todo el cabello. Sus ojos eran verdes, la nariz ligeramente doblada, y en las orejas le colgaban dos pendientes.
Kaido se aclaró la garganta.
—Oye, tenemos que hablar de algo, colega. Sabes que hace un mes y poco más estuve por Coladragón, tratando de recuperar la cosecha de uno de nuestros proveedores. ¿Adivina con quién me topé allí?
—No está tan mal —dijo, a modo de consuelo—. aunque Suzaku te hubiera sentado mejor, creo yo. No porque te lo haya puesto yo antes...
Hizo una mueca y sonrió.
Y a propósito de lo de Kincho, Kaido aprovechó la lenta caminata para ejecutar los sellos necesarios y comenzar así el proceso de reflejo que acabaría dándole finalmente una apariencia totalmente distinta. La faceta de Sunamori Kincho, una de sus pieles; era la de un hombre larguirucho y delgado. Tenía la piel ligeramente tostada como todo oriundo del Desierto, vestía ropajes holgados de colores crema y arena, además de un turbante que le cubría todo el cabello. Sus ojos eran verdes, la nariz ligeramente doblada, y en las orejas le colgaban dos pendientes.
Kaido se aclaró la garganta.
—Oye, tenemos que hablar de algo, colega. Sabes que hace un mes y poco más estuve por Coladragón, tratando de recuperar la cosecha de uno de nuestros proveedores. ¿Adivina con quién me topé allí?