28/01/2020, 20:04
—Ah, zorro astuto.
¿Cómo no se había visto venir la jugada del Kage Bunshin? Sea como fuere, el relato de Kaido se acababa de poner muchísimo más interesante: aseguraba que, según Ayame, no había sido Hanabi ni Uzu quienes habían dado muerte al traidor Akame. Pero entonces, quedaba la evidente pregunta: ¿quién?
—Imagino que no te dijo, por casualidad, quiénes estaban detrás de mi asesinato —inquirió el joven. Todavía se le hacía raro hablar de ello como su muerte dado que, bueno, estaba allí vivito y coleando. Pero eso tenía otra explicación, una que le revolvió las entrañas.
Apartó aquellos pensamientos de su cabeza; debía mantenerse cuerdo. En su lugar, se acabó el pitillo y se quedó mirando a Kaido durante unos instantes. ¿Podía confiar en él? ¡Claro que no, joder! Akame sabía que mientras el efecto del Bautizo Draconiano tuviera al escualo sometido, contaría con su eterna lealtad como Ryutō. Pero, ¿qué pasaría si algún día Kaido se volvía lo suficientemente fuerte, o estoico, como para deshacerse de aquel velo que cubría sus ojos?
Akame lo tenía bien claro: que les jodería a todos. Y lo peor era que, como sucedía en su caso, nadie tendría forma de saber cuándo Kaido el Cabeza de Dragón había desaparecido y Kaido el Tiburón de Amegakure había vuelto. Así que, en esas, el joven Uchiha caminaba sobre fino hielo.
—Está bien, joder, está bien —accedió de mala gana—. Un tipejo de mi Aldea me tenía ganas desde hacía tiempo. Le confronté e hicimos las paces, o eso pensaba yo, de tal manera que incluso le tomé bajo mi tutela. Le enseñé a ser más inteligente que el enemigo, más rápido, más astuto. Y se me volvió en mi puta contra: el muy malnacido me la jugó —casi escupía las palabras—. Fue un montaje, imagino que tendría ayuda de alguien más. Me acusaron de ser un traidor para con la Aldea y me encerraron. Incluso hurgaron en mi cabeza, claro, aunque no pudieron encontrar nada. Así que supongo que decidieron darme matarile.
Se sacó otro cigarro.
—Así que, cuando salimos de Tanzaku, usé mi Mangekyō para colarme en la Aldea y degollar a este tío como el perro sarnoso que era —se encendió el pitillo y fumó una calada—. No me arrepiento.
»No me creo lo que te dijo esa metiche de Ayame. ¿Quién más tendría motivos para hacerlo? Ya ves que en Uzu les sobraban para querer verme bajo tierra.
¿Cómo no se había visto venir la jugada del Kage Bunshin? Sea como fuere, el relato de Kaido se acababa de poner muchísimo más interesante: aseguraba que, según Ayame, no había sido Hanabi ni Uzu quienes habían dado muerte al traidor Akame. Pero entonces, quedaba la evidente pregunta: ¿quién?
—Imagino que no te dijo, por casualidad, quiénes estaban detrás de mi asesinato —inquirió el joven. Todavía se le hacía raro hablar de ello como su muerte dado que, bueno, estaba allí vivito y coleando. Pero eso tenía otra explicación, una que le revolvió las entrañas.
Apartó aquellos pensamientos de su cabeza; debía mantenerse cuerdo. En su lugar, se acabó el pitillo y se quedó mirando a Kaido durante unos instantes. ¿Podía confiar en él? ¡Claro que no, joder! Akame sabía que mientras el efecto del Bautizo Draconiano tuviera al escualo sometido, contaría con su eterna lealtad como Ryutō. Pero, ¿qué pasaría si algún día Kaido se volvía lo suficientemente fuerte, o estoico, como para deshacerse de aquel velo que cubría sus ojos?
Akame lo tenía bien claro: que les jodería a todos. Y lo peor era que, como sucedía en su caso, nadie tendría forma de saber cuándo Kaido el Cabeza de Dragón había desaparecido y Kaido el Tiburón de Amegakure había vuelto. Así que, en esas, el joven Uchiha caminaba sobre fino hielo.
—Está bien, joder, está bien —accedió de mala gana—. Un tipejo de mi Aldea me tenía ganas desde hacía tiempo. Le confronté e hicimos las paces, o eso pensaba yo, de tal manera que incluso le tomé bajo mi tutela. Le enseñé a ser más inteligente que el enemigo, más rápido, más astuto. Y se me volvió en mi puta contra: el muy malnacido me la jugó —casi escupía las palabras—. Fue un montaje, imagino que tendría ayuda de alguien más. Me acusaron de ser un traidor para con la Aldea y me encerraron. Incluso hurgaron en mi cabeza, claro, aunque no pudieron encontrar nada. Así que supongo que decidieron darme matarile.
Se sacó otro cigarro.
—Así que, cuando salimos de Tanzaku, usé mi Mangekyō para colarme en la Aldea y degollar a este tío como el perro sarnoso que era —se encendió el pitillo y fumó una calada—. No me arrepiento.
»No me creo lo que te dijo esa metiche de Ayame. ¿Quién más tendría motivos para hacerlo? Ya ves que en Uzu les sobraban para querer verme bajo tierra.