29/01/2020, 16:06
La Tormenta llegó, tan rápida e imprevista como un Monzón en verano. Yui estalló sus manos contra la mesa, levantándose en el proceso e inclinándose sobre la Morikage. Akazukin y Hana se tensaron en sus posiciones, incluso el lobo se alzó sobre sus patas. Pero Kintsugi, sin embargo no daba muestras de vacilación o temor, ni cuando fue llamada novata. Se mantenía estática como una estatua, esperando a la líder de Amegakure terminara con aquel discurso completamente sacado de contexto.
—Mis disculpas, creo que ha habido un pequeño malentendido aquí. He debido expresarme mal. Aunque las palabras de Uzukage-dono daban lugar a confusión, la verdad... —habló Kintsugi, sólo una vez hubo pasado la tempestad y volvió a tener el turno de palabra—. En ningún momento he querido plantear siquiera la posibilidad de que rompiérais el pacto, poniendo así en riesgo vuestras vidas, Yui-dono. Yo misma estuve presente aquí el día que lo firmastéis, y estoy al tanto de sus condiciones. Lo que estaba planteando al respecto de los jinchūriki, es que viendo los antecedentes que presentan, ¿qué garantías tenéis de que los vuestros no os hagan los mismo? Esas bestias son sumamente peligrosas. Haríamos mejor erradicándolas del mapa que protegiéndolas. ¿Cómo se llama ese lugar que tenéis en el País de la Tormenta?
—La Ciudad Fantasma... —Escupió Akatsukin, llena de odio.
Kintsugi asintió.
—La Ciudad Fantasma... Si un sólo bijū es capaz de hacer algo así, no me quiero ni imaginar de lo que serían capaces los nueve en su conjunto. Y tanto Juro como vuestros jinchūriki son la prueba fehaciente de que la destrucción los persigue: una grada, un Kage... ¿Qué será lo próximo?
—Mis disculpas, creo que ha habido un pequeño malentendido aquí. He debido expresarme mal. Aunque las palabras de Uzukage-dono daban lugar a confusión, la verdad... —habló Kintsugi, sólo una vez hubo pasado la tempestad y volvió a tener el turno de palabra—. En ningún momento he querido plantear siquiera la posibilidad de que rompiérais el pacto, poniendo así en riesgo vuestras vidas, Yui-dono. Yo misma estuve presente aquí el día que lo firmastéis, y estoy al tanto de sus condiciones. Lo que estaba planteando al respecto de los jinchūriki, es que viendo los antecedentes que presentan, ¿qué garantías tenéis de que los vuestros no os hagan los mismo? Esas bestias son sumamente peligrosas. Haríamos mejor erradicándolas del mapa que protegiéndolas. ¿Cómo se llama ese lugar que tenéis en el País de la Tormenta?
—La Ciudad Fantasma... —Escupió Akatsukin, llena de odio.
Kintsugi asintió.
—La Ciudad Fantasma... Si un sólo bijū es capaz de hacer algo así, no me quiero ni imaginar de lo que serían capaces los nueve en su conjunto. Y tanto Juro como vuestros jinchūriki son la prueba fehaciente de que la destrucción los persigue: una grada, un Kage... ¿Qué será lo próximo?