29/01/2020, 20:52
Quizá, en otro momento, en otras circunstancias, Hanabi hubiese respondido con un comentario jocoso ante la sugerencia de Yui de conectarse los tres por el sello de Datsue. Con Yui al menos —tras la borrachera que le había dejado jaquecas por tres días— empezaba a sentir que tenía la suficiente confianza como para soltar una broma de cuando en cuando. Pero no era el momento, no. Y Kintsugi pronto se lo hizo recordar.
Hanabi, que hasta ese momento había tenido el sombrero de Kage colgando del cuello, tras la nuca, se deshizo el nudo y lo colocó en la mesa. Hacía un frío de mil demonios, pero tenía calor. Su corazón bombeaba, angustiado, por lo mal que se estaba empezando aquella reunión. Por la creciente discusión entre Kintsugi y Yui. Y, qué cojones…
… porque no le gustaba en absoluto lo que estaba escuchando de la Morikage. Lo que estaba sugiriendo.
Nuevamente fue la Tormenta quien dejó caer los primeros rayos. Implacable, salvaje e impredecible como el lugar donde caerá el próximo relámpago. Pero, tenía que admitir de nuevo, con la jodida verdad por delante. Quizá llamando perra a Akazukin se había pasado un poco. Seguramente.
Hanabi se llevó una mano al rostro y dejó escapar un largo suspiro. Aquello era ya imposible de reconducir. Pero, ¿acaso tenía otra opción que la de intentarlo? No con todo lo que se jugaban. No con todo lo que se les iba a echar encima.
—Kintsugi-dono, por favor… —empezó, tratando de apaciguar las aguas nuevamente—. Entiendo tu dolor, de verdad que sí. Pero, tengo que decirte también, dicho dolor te está cegando. ¿Es que no te das cuenta de lo que nos estás pidiendo? ¿Qué matemos a uno de nuestros propios ninjas?
Aquello era inadmisible.
—Mira, Datsue cometió muchos errores en el pasado, sí. Matar a un Kage no fue uno de ellos, por cierto —quiso remarcar, ante la indirecta de Kintsugi—. Pero ahora ha aprendido de ellos, y ahora, ahora es mi shinobi.
»Y con Aotsuki Ayame coincidí poco, pero lo poco que lo hice me dejó claro que es una kunoichi valiente —porque la valentía no solo se medía por saltar a pecho descubierto al corazón de un incendio, sino también por tener la entereza de reconocer un error, y de saber pedir perdón aún cuando te podía costar la reprimenda de tu Arashikage. En opinión de Hanabi, esa era la mayor valentía de todas, y también la más difícil de encontrar—, de buen corazón, y que haría lo que fuese por proteger a los suyos. Por todos los santos, ¡si hasta hace nada me salvó la vida! ¡Ella y Datsue, esos que quieres erradicar, me salvaron la vida contra un General! ¡De ser por ellos yo ni siquiera estaría aquí!
«Por favor, Kintsugi, ¡abre los ojos!»
—No, esto está fuera de toda discusión. Y el único motivo por el que estoy dando explicaciones no es para justificarme, sino para que abras los ojos. ¿No te das cuenta que no puedes condenar a todos por los crímenes de uno? ¡Eso sería como erradicar a todo un clan porque uno de ellos, solo uno, te la jugó!
Hanabi, que hasta ese momento había tenido el sombrero de Kage colgando del cuello, tras la nuca, se deshizo el nudo y lo colocó en la mesa. Hacía un frío de mil demonios, pero tenía calor. Su corazón bombeaba, angustiado, por lo mal que se estaba empezando aquella reunión. Por la creciente discusión entre Kintsugi y Yui. Y, qué cojones…
… porque no le gustaba en absoluto lo que estaba escuchando de la Morikage. Lo que estaba sugiriendo.
Nuevamente fue la Tormenta quien dejó caer los primeros rayos. Implacable, salvaje e impredecible como el lugar donde caerá el próximo relámpago. Pero, tenía que admitir de nuevo, con la jodida verdad por delante. Quizá llamando perra a Akazukin se había pasado un poco. Seguramente.
Hanabi se llevó una mano al rostro y dejó escapar un largo suspiro. Aquello era ya imposible de reconducir. Pero, ¿acaso tenía otra opción que la de intentarlo? No con todo lo que se jugaban. No con todo lo que se les iba a echar encima.
—Kintsugi-dono, por favor… —empezó, tratando de apaciguar las aguas nuevamente—. Entiendo tu dolor, de verdad que sí. Pero, tengo que decirte también, dicho dolor te está cegando. ¿Es que no te das cuenta de lo que nos estás pidiendo? ¿Qué matemos a uno de nuestros propios ninjas?
Aquello era inadmisible.
—Mira, Datsue cometió muchos errores en el pasado, sí. Matar a un Kage no fue uno de ellos, por cierto —quiso remarcar, ante la indirecta de Kintsugi—. Pero ahora ha aprendido de ellos, y ahora, ahora es mi shinobi.
»Y con Aotsuki Ayame coincidí poco, pero lo poco que lo hice me dejó claro que es una kunoichi valiente —porque la valentía no solo se medía por saltar a pecho descubierto al corazón de un incendio, sino también por tener la entereza de reconocer un error, y de saber pedir perdón aún cuando te podía costar la reprimenda de tu Arashikage. En opinión de Hanabi, esa era la mayor valentía de todas, y también la más difícil de encontrar—, de buen corazón, y que haría lo que fuese por proteger a los suyos. Por todos los santos, ¡si hasta hace nada me salvó la vida! ¡Ella y Datsue, esos que quieres erradicar, me salvaron la vida contra un General! ¡De ser por ellos yo ni siquiera estaría aquí!
«Por favor, Kintsugi, ¡abre los ojos!»
—No, esto está fuera de toda discusión. Y el único motivo por el que estoy dando explicaciones no es para justificarme, sino para que abras los ojos. ¿No te das cuenta que no puedes condenar a todos por los crímenes de uno? ¡Eso sería como erradicar a todo un clan porque uno de ellos, solo uno, te la jugó!