30/01/2020, 10:52
Ayame echó a correr tan pronto puso un pie fuera de la Pastelería de Kiroe-chan. Había ido a buscar a Daruu, pero su madre, después de atosigarle a preguntas, le indicó que debía estar entrenando en la Academia. Así que allí se dirigió a todo correr. Tal era su emoción que ni siquiera recordaba que llevaba el vientre vendado, pese a que la herida de bala ya estaba, afortunadamente, más que cicatrizada. Una de las pocas ventajas de ser jinchūriki, que todas las heridas se curaban el doble de rápido. Afuera llovía, como era habitual en Amegakure, y hacía frío. Mucho frío. Pero, a juzgar por la resplandeciente sonrisa que adornaba sus mejillas, a ella no parecía importarle.
Sólo había pasado un día desde todo lo que había pasado en Coladragón y Kaido, como también había pasado sólo un día desde que se atreviera a confesarse a Yui y terminara ascendida a jōnin, pero para Ayame era como si hubiese pasado una eternidad. ¿Cómo se podían haber acumulado tantos acontecimientos en sólo una jornada? Y eso sin contar la acalorada discusión que mantuvo con su padre nada más regresar a casa y tener que repetirle todo. Era evidente que no se iba a tomar nada bien el hecho de que su hija, la jinchūriki de Amegakure, la Guardiana de Amegakure; hubiese decidido, por su cuenta y riesgo, liberar a la bestia que guardaba en su interior. Un capricho, una temeridad que les podría haber costado a todos la vida, una irresponsabilidad... La conversación fue de todo menos agradable, y Ayame aún sentía pinchazos de ansiedad en el pecho cuando lo recordaba. Al final, y con todo aquello, su padre ni siquiera la había felicitado por su ascenso. Al enterarse de que Amekoro Yui estaba de acuerdo con todo aquello, se había limitado a aceptar lo evidente entre gruñidos de inconformidad y lo había dejado estar.
Llegó hasta la Academia en cuestión de minutos, y preguntó en la recepción por la ubicación de Amedama Daruu. Una amable señorita le indicó que se encontraba en una de las salas climatizadas, reservadas para el entrenamiento de jōnin, y la muchacha no pudo contener una sonrisa maléfica. Tras darle las gracias, siguió las instrucciones y al fin se encaró ante aquella puerta con la señal de "Sólo Jōnin". Llena de orgullo, infló el pecho, con su reluciente placa dorada brillando en su brazo derecho y entró con decisión.
—¡Hola, Daruu!
Sólo había pasado un día desde todo lo que había pasado en Coladragón y Kaido, como también había pasado sólo un día desde que se atreviera a confesarse a Yui y terminara ascendida a jōnin, pero para Ayame era como si hubiese pasado una eternidad. ¿Cómo se podían haber acumulado tantos acontecimientos en sólo una jornada? Y eso sin contar la acalorada discusión que mantuvo con su padre nada más regresar a casa y tener que repetirle todo. Era evidente que no se iba a tomar nada bien el hecho de que su hija, la jinchūriki de Amegakure, la Guardiana de Amegakure; hubiese decidido, por su cuenta y riesgo, liberar a la bestia que guardaba en su interior. Un capricho, una temeridad que les podría haber costado a todos la vida, una irresponsabilidad... La conversación fue de todo menos agradable, y Ayame aún sentía pinchazos de ansiedad en el pecho cuando lo recordaba. Al final, y con todo aquello, su padre ni siquiera la había felicitado por su ascenso. Al enterarse de que Amekoro Yui estaba de acuerdo con todo aquello, se había limitado a aceptar lo evidente entre gruñidos de inconformidad y lo había dejado estar.
Llegó hasta la Academia en cuestión de minutos, y preguntó en la recepción por la ubicación de Amedama Daruu. Una amable señorita le indicó que se encontraba en una de las salas climatizadas, reservadas para el entrenamiento de jōnin, y la muchacha no pudo contener una sonrisa maléfica. Tras darle las gracias, siguió las instrucciones y al fin se encaró ante aquella puerta con la señal de "Sólo Jōnin". Llena de orgullo, infló el pecho, con su reluciente placa dorada brillando en su brazo derecho y entró con decisión.
—¡Hola, Daruu!