31/01/2020, 18:44
Los shuriken que Daruu había estado haciendo levitar a su alrededor cayeron de golpe al suelo entre tintineos metálicos.
—¡Ayame! ¡Qué susto! —Daruu se había girado hacia ella, con una sonrisa y la mano en el pecho por el sobresalto sufrido.
Pero la muchacha se había quedado con la boca abierta y los ojos brillantes, maravillada ante lo que acababa de presenciar.
—¿Cómo... Cómo has hecho eso? —preguntó, pero el rostro de Daruu se había ensombrecido al reparar en las vendas que envolvían su vientre.
—¿¡Qué te ha pasado!? ¿Pero por qué te ríes, qué...?
—Oh, esto... —comenzó a hablar Ayame, pero los ojos de Daruu se habían detenido en la brillante placa dorada que exhibía con todo el orgullo en su hombro derecho, y no pudo sino sonreír aún más.
—No... ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? —El Hyūga sonrió y la abrazó con cuidado, a lo que ella respondió con una risilla pasando los brazos por su espalda—. ¡Felicidades! Pero, ¿qué ha pasado?
Con pequeño bufido, Ayame se separó de él y le miró largamente a los ojos.
—Tengo mucho que contarte, ¡ayer fue un día de locos! —le explicó, agitando las manos en el aire con nerviosismo—. Pero no te lo vas a creer, Daruu. ¡No te lo vas a creer! ¿Recuerdas que te dije que tenía que ir a hacer unas cosas a Coladragón? Pues verás, resulta qu...
—Llu… Llue… Llueve Nueve —la voz lastimera de Datsue, intercalada entre fuertes toses, invadió su oído.
Ayame, alarmada, se separó del todo de Daruu (casi empujándole en el proceso) y activó el Sello de la Hermandad.
—¿Datsue? ¿Datsue, estás bien? —preguntó, sumamente preocupada.
«No es posible... ¡No me digas que se ha vuelto a encontrar con otro General!»
—¡Ayame! ¡Qué susto! —Daruu se había girado hacia ella, con una sonrisa y la mano en el pecho por el sobresalto sufrido.
Pero la muchacha se había quedado con la boca abierta y los ojos brillantes, maravillada ante lo que acababa de presenciar.
—¿Cómo... Cómo has hecho eso? —preguntó, pero el rostro de Daruu se había ensombrecido al reparar en las vendas que envolvían su vientre.
—¿¡Qué te ha pasado!? ¿Pero por qué te ríes, qué...?
—Oh, esto... —comenzó a hablar Ayame, pero los ojos de Daruu se habían detenido en la brillante placa dorada que exhibía con todo el orgullo en su hombro derecho, y no pudo sino sonreír aún más.
—No... ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? —El Hyūga sonrió y la abrazó con cuidado, a lo que ella respondió con una risilla pasando los brazos por su espalda—. ¡Felicidades! Pero, ¿qué ha pasado?
Con pequeño bufido, Ayame se separó de él y le miró largamente a los ojos.
—Tengo mucho que contarte, ¡ayer fue un día de locos! —le explicó, agitando las manos en el aire con nerviosismo—. Pero no te lo vas a creer, Daruu. ¡No te lo vas a creer! ¿Recuerdas que te dije que tenía que ir a hacer unas cosas a Coladragón? Pues verás, resulta qu...
—Llu… Llue… Llueve Nueve —la voz lastimera de Datsue, intercalada entre fuertes toses, invadió su oído.
Ayame, alarmada, se separó del todo de Daruu (casi empujándole en el proceso) y activó el Sello de la Hermandad.
—¿Datsue? ¿Datsue, estás bien? —preguntó, sumamente preocupada.
«No es posible... ¡No me digas que se ha vuelto a encontrar con otro General!»