1/02/2020, 00:40
Hanabi miró a Yui, francamente intrigado. ¿Qué sería eso de lo que querría hablar en privado? El Sarutobi se limitó a asentirle, ya sentado de nuevo en su asiento de piedra, consciente de que tardaría al menos un buen rato en averiguarlo.
Kintsugi, que no se había tomado muy bien la negativa de Ame y Uzu en ayudarla, decidió cortar por lo sano y romper la Alianza que el propio Moyashi Kenzou había creado hacía un año. Con todo lo que se estaban jugando, con la amenaza inminente de Kurama, y decidía salirse del cobijo que solo la manada podía brindar y salir ahí afuera como un lobo solitario.
En verdad, no le sorprendía. Viendo cómo estaban las cosas, él mismo había tenido dudas de que ningún tipo de Alianza con ella fuese viable en aquellos momentos. Pero eso no evitó que sintiese una angustia el pecho, o que suspirase con profundo pesar.
—Si algún día cambia de opinión, Kintsugi-dono, sepa que Uzu le recibirá con los brazos abiertos —dijo, consciente de que ya no podía cambiar el rumbo que aquello había tomado.
Mas la Morikage, justo antes de irse, decidió darles una última advertencia. Una advertencia que sonó a amenaza. Hanabi apretó los puños, a ambos costados, pero ni se levantó ni hizo amago de replicar. Ni siquiera dejó salir un chispazo de su poder. No es que le faltasen ganas. No es que no tuviese que reprimirse, y mucho, en aquella ocasión. Simplemente sabía que no merecía la pena.
Miró a Yui, con la esperanza de interrumpirla justo antes de que esta estallase en cólera.
—¿Deberíamos decirle que son a sus ninjas a quien debe avisar si cometen la estupidez de intentar ponerles un dedo encima? —Sonrió. Una pequeña broma para distender el ambiente nunca veníal mal—. Porque, francamente, temo más por ellos que por Aotsuki Ayame o Datsue.
Kintsugi, que no se había tomado muy bien la negativa de Ame y Uzu en ayudarla, decidió cortar por lo sano y romper la Alianza que el propio Moyashi Kenzou había creado hacía un año. Con todo lo que se estaban jugando, con la amenaza inminente de Kurama, y decidía salirse del cobijo que solo la manada podía brindar y salir ahí afuera como un lobo solitario.
En verdad, no le sorprendía. Viendo cómo estaban las cosas, él mismo había tenido dudas de que ningún tipo de Alianza con ella fuese viable en aquellos momentos. Pero eso no evitó que sintiese una angustia el pecho, o que suspirase con profundo pesar.
—Si algún día cambia de opinión, Kintsugi-dono, sepa que Uzu le recibirá con los brazos abiertos —dijo, consciente de que ya no podía cambiar el rumbo que aquello había tomado.
Mas la Morikage, justo antes de irse, decidió darles una última advertencia. Una advertencia que sonó a amenaza. Hanabi apretó los puños, a ambos costados, pero ni se levantó ni hizo amago de replicar. Ni siquiera dejó salir un chispazo de su poder. No es que le faltasen ganas. No es que no tuviese que reprimirse, y mucho, en aquella ocasión. Simplemente sabía que no merecía la pena.
Miró a Yui, con la esperanza de interrumpirla justo antes de que esta estallase en cólera.
—¿Deberíamos decirle que son a sus ninjas a quien debe avisar si cometen la estupidez de intentar ponerles un dedo encima? —Sonrió. Una pequeña broma para distender el ambiente nunca veníal mal—. Porque, francamente, temo más por ellos que por Aotsuki Ayame o Datsue.