4/02/2020, 18:43
Oh, pero claro que la Arashikage no se había dejado distraer. Descargó su furia en amenazas, amenazas que Hanabi sabía bien que se convertirían en sucesos si a Kintsugi se le pasaba por la cabeza convertir sus palabras en hechos. Así era ella, la viva imagen de la tormenta. Y no es que Uzushiogakure no Sato fuese a permanecer petrificado si a la Morikage se le ocurriese tocar a uno de sus shinobis. No, lo que sucedía era que los truenos y los rayos se veían venir por las nubes de tormenta. Siempre avisaban. Pero, el fuego de un incendio…
El fuego de un incendio surgía de la chispa más imprevista. De una llama mal apagada. De la misma ceniza. Y nada agradaba más al fuego que consumir el verde y la hierba. Sí, Hanabi era un hombre de paz. Y pensaba seguir así…
… a no ser que alguien le obligase a no serlo.
—¿Qué demonios…? —farfulló, cuando varias mariposas doradas salieron de las mangas de su kimono.
—¡Hanabi-kun! —exclamó Katsudon, dándole varias palmadas en los ropajes para ahuyentar cualquier insecto que hubiese podido quedar.
—Don… ¡Don! ¡Que me vas a machacar, hombre! —protestó, maltrecho por las hostias amistosas de su compañero. Como si no le hubiesen bastado las de Yui—. Kuza, ¿estás bien?
Kuza, tras comprobar que a Hanabi no le pasaba nada, se había afanado en comprobar también que ella estaba a salvo de aquellos bichejos. Se había mirado los huecos de las mangas; el cuello del jersey; la cintura estirando un poco el pantalón; y finalmente, saltado a la pata coja mientras comprobaba los bajos del pantalón.
—S-sí. Todo en orden, Hanabi-sama. Lamento no haberme dado cuenta.
—No te ensañes por eso, Kuza —dijo, quitándole hierro mientras desviaba la mirada hacia el resto de la delegación—. Ninguno nos dimos cuenta.
El fuego de un incendio surgía de la chispa más imprevista. De una llama mal apagada. De la misma ceniza. Y nada agradaba más al fuego que consumir el verde y la hierba. Sí, Hanabi era un hombre de paz. Y pensaba seguir así…
… a no ser que alguien le obligase a no serlo.
—¿Qué demonios…? —farfulló, cuando varias mariposas doradas salieron de las mangas de su kimono.
—¡Hanabi-kun! —exclamó Katsudon, dándole varias palmadas en los ropajes para ahuyentar cualquier insecto que hubiese podido quedar.
—Don… ¡Don! ¡Que me vas a machacar, hombre! —protestó, maltrecho por las hostias amistosas de su compañero. Como si no le hubiesen bastado las de Yui—. Kuza, ¿estás bien?
Kuza, tras comprobar que a Hanabi no le pasaba nada, se había afanado en comprobar también que ella estaba a salvo de aquellos bichejos. Se había mirado los huecos de las mangas; el cuello del jersey; la cintura estirando un poco el pantalón; y finalmente, saltado a la pata coja mientras comprobaba los bajos del pantalón.
—S-sí. Todo en orden, Hanabi-sama. Lamento no haberme dado cuenta.
—No te ensañes por eso, Kuza —dijo, quitándole hierro mientras desviaba la mirada hacia el resto de la delegación—. Ninguno nos dimos cuenta.