4/02/2020, 19:13
Junko rió.
—Bueno, ¿no esperarías que iba a dejar para más tarde lo que podemos hacer ahora, no? —dijo la sensei, terminándose su té helado—. Ya me has mostrado tu corazón, pero todavía tienes que enseñarme de qué eres capaz. Por mucha tierra que te eches encima, estoy segura de que no has aprobado el examen de graduación haciendo trampas.
Por ahora, la Uzumaki lo dejaría ahí. Si Takumi quería elucubrar sobre el posible significado de aquellas palabras, ella no se lo impediría.
Minutos después la chūnin se levantaría y —asegurándose con el mesero de que habían pagado— echaría a andar de vuelta hacia el centro de la Villa. Atrás dejaban ya la costa, la arena y el relajante sonido de las olas del mar, que se veían sustituidos por las calles empedradas de blanco y los tejados rojos de Uzu. El dúo seguiría caminando hasta llegar al Jardín de los Cerezos, momento en el cual Junko empezaría a otear los alrededores.
—Humm... ¡Ah, ahí! —exclamó, y echó a correr por el sendero empedrado.
Si Takumi seguía sus pasos —la maestra se aseguraba de no ir demasiado rápido— llegaría finalmente a una plaza circular de unos veinte metros de diámetro, situada a un lado del sendero principal, entre los cerezos. Uzumaki Junko le esperaba en el centro de la misma, agitando su único brazo sano.
—¡Venga, Takumi! Si sólo ha sido una carrerita —rió—. En la Academia te han enseñado a batirte en duelo, ¿no?
—Bueno, ¿no esperarías que iba a dejar para más tarde lo que podemos hacer ahora, no? —dijo la sensei, terminándose su té helado—. Ya me has mostrado tu corazón, pero todavía tienes que enseñarme de qué eres capaz. Por mucha tierra que te eches encima, estoy segura de que no has aprobado el examen de graduación haciendo trampas.
Por ahora, la Uzumaki lo dejaría ahí. Si Takumi quería elucubrar sobre el posible significado de aquellas palabras, ella no se lo impediría.
Minutos después la chūnin se levantaría y —asegurándose con el mesero de que habían pagado— echaría a andar de vuelta hacia el centro de la Villa. Atrás dejaban ya la costa, la arena y el relajante sonido de las olas del mar, que se veían sustituidos por las calles empedradas de blanco y los tejados rojos de Uzu. El dúo seguiría caminando hasta llegar al Jardín de los Cerezos, momento en el cual Junko empezaría a otear los alrededores.
—Humm... ¡Ah, ahí! —exclamó, y echó a correr por el sendero empedrado.
Si Takumi seguía sus pasos —la maestra se aseguraba de no ir demasiado rápido— llegaría finalmente a una plaza circular de unos veinte metros de diámetro, situada a un lado del sendero principal, entre los cerezos. Uzumaki Junko le esperaba en el centro de la misma, agitando su único brazo sano.
—¡Venga, Takumi! Si sólo ha sido una carrerita —rió—. En la Academia te han enseñado a batirte en duelo, ¿no?