6/02/2020, 18:02
(Última modificación: 7/02/2020, 11:15 por Uchiha Datsue. Editado 2 veces en total.)
Money y Otohime se acercaron a Akame y Kaido. Lo suficiente como para echarse una mano los unos a los otros en caso de necesidad, pero no lo bastante como para que se sospechase que estaban tramando algo.
Yaoya Jagaimo preguntaba cuál era el problema, y la familia que se había agregado a la cola —una pareja con dos hijos que rondaban los catorce años—, lucían tan confusos como preocupados. Pero los guardias, herméticos, no soltaron prenda.
Pasaron al menos diez minutos hasta que dos figuras surgieron de entre la niebla. Provenían del lado de la ciudad, y eran un hombre y una mujer. El primero de ellos vestía no con uno de esos característicos sombreros de paja —kasa—, sino con un sombrero de tela azul con aleros tan largos que, inclinando el rostro ligeramente hacia abajo, apenas se le veía la boca. Luego, un abrigo sencillo, abierto por el pecho y que dejaba a la vista el tatuaje de un fugu en uno de sus pectorales. Bajo la cintura, un hakama corto, que le llegaba a mitad de tibia, dejando al descubierto unas getas. La mujer vestía exactamente igual, pero se le veía un cabello oscuro tras el sombrero y también se adivinaba idéntico tatuaje por el pequeño escote que llevaba.
Ambos tenían una placa anudada al brazo derecho, del color del bronce, en el que se podía leer, en kanji: Protector del Muelle.
Sus ojos se desviaron hacia el guardia de la caseta, quien levantó tres dedos de una mano. Ellos asintieron. Ambos tenían un comunicador en la oreja izquierda.
—Hola, damas y caballeros. Perdonad las molestias. Con la autoridad que nos confiere Umigarasu-sama, vamos a proceder a un cacheo más a fondo —anunció el hombre, con voz bajita y muy poco… atrayente. Era una de esas voces que te dormían. Que apenas te atrapaban. Con un tono uniforme y aburrido—. Por favor, no tienen de qué preocuparse. Si no tienen nada que ocultar, en seguida podréis continuar con vuestro viaje.
La familia ya se había puesto a farfullar en mitad del discurso.
—Eh. ¡EH! –Oh, pero la mujer nada tenía que ver con su acompañante. La suya era una voz que demandaba ser escuchada, al menos por el ciudadano medio. Se subió el sombrero con la punta de un dedo, lo suficiente como para que viesen sus ojos eléctricos, y les miró a todos como si fuesen esa mierda que acabas de ver en la suela de tu sandalia—. ¡A formar en fila, cojones! ¡Que no tenemos todo el puto día!
»Ese de ahí el primero —indicó a su acompañante, señalando al padre fortachón.
El Protector del Muelle se acercó a él y sacó unas esposas de su portaobjetos.
—Las manos, por favor.
—¿Cómo? Pero, ¿qué significa esto?
—Es por su seguridad.
—¿¡Cómo va a ser por mi seguridad!?
—Oye tú, ¡bocazas! Si te piden las putas manos, tú vas y las muestras. Si eres quien dices ser no tendrás nada que temer. ¿O es que tienes algo que ocultar?
El hombre tragó saliva. Su niña, aupada en sus hombros, no dejaba de preguntar qué estaba ocurriendo.
—No pasa nada, cariño. Solo están comprobando que somos buena gente. Y tú y yo lo somos, ¿verdad? —tras darle un apretón amistoso en la rodilla, la tomó en brazos para dejarla en el suelo, y, ahí sí, estiró los brazos. El Protector procedió a esposarle.
—Ahora... —Dudó. Sus ojos pasaron por el rostro de Kaido, mas no era el Tiburón, sino a Kincho, a quien vio. Luego en la cara de Akame. En su rostro quemado—, a este.
El Protector se acercó a él y sacó otro juego de esposas.
—Si se me permite, dudo que Kakita Bendō tenga nada que ocultar.
—¿Cómo dices?
—Kakita. Ese es su nombre.
—Qué coño... —Y rio. Claro que rio. Porque no había humano en el mundo que no se descojonase ante aquel chiste andante—. Tienes razón, nadie sería tan parguela de inventarse un nombre así. ¡A ese entonces! —exclamó, señalando a Money.
—¿A mí? Pelo, ¿y pol qué yo? Si vengo aquí, con mi esposa, a pasal unas buenas vacaciones. A dejalnos nuestlo buen dinelo.
—¿Quién es tu esposa?
—Esta pleciosidad de aquí.
—Pues esposada se va contigo. ¡Vamos, Higari! Que no quiero pasarme aquí todo el puto día.
Y Higari obedeció. Money y Otohime fueron esposados, y se les obligó a formar una fila paralela junto a Jagaimo.
Yaoya Jagaimo preguntaba cuál era el problema, y la familia que se había agregado a la cola —una pareja con dos hijos que rondaban los catorce años—, lucían tan confusos como preocupados. Pero los guardias, herméticos, no soltaron prenda.
Pasaron al menos diez minutos hasta que dos figuras surgieron de entre la niebla. Provenían del lado de la ciudad, y eran un hombre y una mujer. El primero de ellos vestía no con uno de esos característicos sombreros de paja —kasa—, sino con un sombrero de tela azul con aleros tan largos que, inclinando el rostro ligeramente hacia abajo, apenas se le veía la boca. Luego, un abrigo sencillo, abierto por el pecho y que dejaba a la vista el tatuaje de un fugu en uno de sus pectorales. Bajo la cintura, un hakama corto, que le llegaba a mitad de tibia, dejando al descubierto unas getas. La mujer vestía exactamente igual, pero se le veía un cabello oscuro tras el sombrero y también se adivinaba idéntico tatuaje por el pequeño escote que llevaba.
Ambos tenían una placa anudada al brazo derecho, del color del bronce, en el que se podía leer, en kanji: Protector del Muelle.
Sus ojos se desviaron hacia el guardia de la caseta, quien levantó tres dedos de una mano. Ellos asintieron. Ambos tenían un comunicador en la oreja izquierda.
—Hola, damas y caballeros. Perdonad las molestias. Con la autoridad que nos confiere Umigarasu-sama, vamos a proceder a un cacheo más a fondo —anunció el hombre, con voz bajita y muy poco… atrayente. Era una de esas voces que te dormían. Que apenas te atrapaban. Con un tono uniforme y aburrido—. Por favor, no tienen de qué preocuparse. Si no tienen nada que ocultar, en seguida podréis continuar con vuestro viaje.
La familia ya se había puesto a farfullar en mitad del discurso.
—Eh. ¡EH! –Oh, pero la mujer nada tenía que ver con su acompañante. La suya era una voz que demandaba ser escuchada, al menos por el ciudadano medio. Se subió el sombrero con la punta de un dedo, lo suficiente como para que viesen sus ojos eléctricos, y les miró a todos como si fuesen esa mierda que acabas de ver en la suela de tu sandalia—. ¡A formar en fila, cojones! ¡Que no tenemos todo el puto día!
»Ese de ahí el primero —indicó a su acompañante, señalando al padre fortachón.
El Protector del Muelle se acercó a él y sacó unas esposas de su portaobjetos.
—Las manos, por favor.
—¿Cómo? Pero, ¿qué significa esto?
—Es por su seguridad.
—¿¡Cómo va a ser por mi seguridad!?
—Oye tú, ¡bocazas! Si te piden las putas manos, tú vas y las muestras. Si eres quien dices ser no tendrás nada que temer. ¿O es que tienes algo que ocultar?
El hombre tragó saliva. Su niña, aupada en sus hombros, no dejaba de preguntar qué estaba ocurriendo.
—No pasa nada, cariño. Solo están comprobando que somos buena gente. Y tú y yo lo somos, ¿verdad? —tras darle un apretón amistoso en la rodilla, la tomó en brazos para dejarla en el suelo, y, ahí sí, estiró los brazos. El Protector procedió a esposarle.
—Ahora... —Dudó. Sus ojos pasaron por el rostro de Kaido, mas no era el Tiburón, sino a Kincho, a quien vio. Luego en la cara de Akame. En su rostro quemado—, a este.
El Protector se acercó a él y sacó otro juego de esposas.
—Si se me permite, dudo que Kakita Bendō tenga nada que ocultar.
—¿Cómo dices?
—Kakita. Ese es su nombre.
—Qué coño... —Y rio. Claro que rio. Porque no había humano en el mundo que no se descojonase ante aquel chiste andante—. Tienes razón, nadie sería tan parguela de inventarse un nombre así. ¡A ese entonces! —exclamó, señalando a Money.
—¿A mí? Pelo, ¿y pol qué yo? Si vengo aquí, con mi esposa, a pasal unas buenas vacaciones. A dejalnos nuestlo buen dinelo.
—¿Quién es tu esposa?
—Esta pleciosidad de aquí.
—Pues esposada se va contigo. ¡Vamos, Higari! Que no quiero pasarme aquí todo el puto día.
Y Higari obedeció. Money y Otohime fueron esposados, y se les obligó a formar una fila paralela junto a Jagaimo.
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