17/02/2020, 12:04
La anciana miró lo que estaba mirando Ren, los dibujos de barro que reflejaban a la perfección la suela de las botas de la amejin.
— ¿Estás tonta, niña? Mientras paguéis vuestra estancia ya nos encargamos nosotros de limpiar. Porque, ¿podréis pagar? — ni siquiera intentó hacer una pausa para que le pudiesen contestar — ¡Niño! ¡¡Niño!!
Cuando ya les había quedado claro que aquella mujer no entendía de nombres, apareció un hombre joven de pelo negro revuelto que le sacaba una cabeza a todas las presentes. Vestía el mismo kimono que les habían dado, pero en azul oscuro.
— Treinta años llamandome niño. — se quejó parandose justo en el marco de la puerta al ver el panorama.
Enfurecido agarró a la mujer y la sacó a la puerta.
— ¡Madre! ¡Te he dicho que dejes de meter a gente en las habitaciones! Ya hemos tenido que cambiar la mitad de las reservas. Esta es la última que nos queda y es de... — las kunoichi solo podían ver a la anciana, que estaba en el marco de la puerta, el chico estaba fuera y no tenían visual, pero pudieron ver como la mujer alzaba su bastón y golpeaba algo en frente suyo.
— ¿Tú también estás tonto o qué? ¿Quieres que deje a dos niñas en la calle? Una está febril, desgraciado.
— ¡Vieja loca! ¡No te he dicho que no las ayudases, solo que no les dieses una habitación! ¡La kunoichi de Uzushiogakure nos ha pagado una semana! ¿Qué le vamos a decir cuando venga? Y... — se detuvo cuando su madre volvió a levantar el bastón, parando el golpe con la mano esta vez.
— Suelta mi bastón, bastardo insensible.
— Em... ¿Arata-san? — llamó Hana tras ponserse el kimono como pudo sin levantarse.
La cabeza del chico se asomó, buscando quien le había llamado, la rubia agitó la mano saludandole. No fue hasta que le dedicó una débil sonrisa que la reconoció.
— Oh, Hana-chan. Kami-sama, menos mal. Ahora mismo te traigo tus cosas, que la vieja le ha dado tu habitación a una pareja.
— ¡La mujer estaba embarazada! — se quejó la anciana desde atrás
— Vale, no te preocupes. Si puedes prepararnos un baño caliente. — Hana se adelantó a las preguntas. — Mi compañera es Himura Ren, creo que ya tenía...
Arata la interrumpió, celebrando el peso que se había quitado de encima, ante la confusión de la rubia.
— ¿Entonces sí que sois familia? Menos mal, cuando la vieja ha juntado vuestras reservas porque le ha parecido bien, admito que me ha dado un mini infarto. Buf... menos mal.
Una profunda risa inundó el lugar, era la anciana enchida de orgullo.
— Pues claro, niño, ¿cuantos Himura te piensas que hay en Amegakure? Tenían que ser familila sí o sí.
La sonrisa de Arata se desvaneció lentamente, mientras sus ojos se clavaban en la bandana de Hana, ahora tirada encima de la cama con el resto de su ropa. No, no eran familia. Sonó un timbre y la mujer lo tomó como su salida.
— ¿Quien será ahora? — dijo mientras marchaba a la recepción de nuevo.
— ¡Espera! — intentó detener a la anciana, pero ya había atravesado medio pasillo. — Dejad la ropa mojada en el cesto de mimbre y ahora os aviso sobre el baño. Disculpadme. — parecía que pedía más disculpas que por irse.
Hana no tenía palabras. De repente, el silencio le pesaba. Entonces recordó su tobillo, o más bien, el dolor se hizo recordar por sí solo. Se arrastró sobre la cama hasta el botiquin y lo abrió. Había lo tipico que hay en un botiquín, desinfectante, vendajes y varias medicinas. Ella solo necesitaba las vendas y algo de frio. O por lo menos, eso pensaba. Tampoco tenía ni idea de medicina.
— Esto, Ren-chan, ¿tú sabes algo de medicina?
— ¿Estás tonta, niña? Mientras paguéis vuestra estancia ya nos encargamos nosotros de limpiar. Porque, ¿podréis pagar? — ni siquiera intentó hacer una pausa para que le pudiesen contestar — ¡Niño! ¡¡Niño!!
Cuando ya les había quedado claro que aquella mujer no entendía de nombres, apareció un hombre joven de pelo negro revuelto que le sacaba una cabeza a todas las presentes. Vestía el mismo kimono que les habían dado, pero en azul oscuro.
— Treinta años llamandome niño. — se quejó parandose justo en el marco de la puerta al ver el panorama.
Enfurecido agarró a la mujer y la sacó a la puerta.
— ¡Madre! ¡Te he dicho que dejes de meter a gente en las habitaciones! Ya hemos tenido que cambiar la mitad de las reservas. Esta es la última que nos queda y es de... — las kunoichi solo podían ver a la anciana, que estaba en el marco de la puerta, el chico estaba fuera y no tenían visual, pero pudieron ver como la mujer alzaba su bastón y golpeaba algo en frente suyo.
— ¿Tú también estás tonto o qué? ¿Quieres que deje a dos niñas en la calle? Una está febril, desgraciado.
— ¡Vieja loca! ¡No te he dicho que no las ayudases, solo que no les dieses una habitación! ¡La kunoichi de Uzushiogakure nos ha pagado una semana! ¿Qué le vamos a decir cuando venga? Y... — se detuvo cuando su madre volvió a levantar el bastón, parando el golpe con la mano esta vez.
— Suelta mi bastón, bastardo insensible.
— Em... ¿Arata-san? — llamó Hana tras ponserse el kimono como pudo sin levantarse.
La cabeza del chico se asomó, buscando quien le había llamado, la rubia agitó la mano saludandole. No fue hasta que le dedicó una débil sonrisa que la reconoció.
— Oh, Hana-chan. Kami-sama, menos mal. Ahora mismo te traigo tus cosas, que la vieja le ha dado tu habitación a una pareja.
— ¡La mujer estaba embarazada! — se quejó la anciana desde atrás
— Vale, no te preocupes. Si puedes prepararnos un baño caliente. — Hana se adelantó a las preguntas. — Mi compañera es Himura Ren, creo que ya tenía...
Arata la interrumpió, celebrando el peso que se había quitado de encima, ante la confusión de la rubia.
— ¿Entonces sí que sois familia? Menos mal, cuando la vieja ha juntado vuestras reservas porque le ha parecido bien, admito que me ha dado un mini infarto. Buf... menos mal.
Una profunda risa inundó el lugar, era la anciana enchida de orgullo.
— Pues claro, niño, ¿cuantos Himura te piensas que hay en Amegakure? Tenían que ser familila sí o sí.
La sonrisa de Arata se desvaneció lentamente, mientras sus ojos se clavaban en la bandana de Hana, ahora tirada encima de la cama con el resto de su ropa. No, no eran familia. Sonó un timbre y la mujer lo tomó como su salida.
— ¿Quien será ahora? — dijo mientras marchaba a la recepción de nuevo.
— ¡Espera! — intentó detener a la anciana, pero ya había atravesado medio pasillo. — Dejad la ropa mojada en el cesto de mimbre y ahora os aviso sobre el baño. Disculpadme. — parecía que pedía más disculpas que por irse.
Hana no tenía palabras. De repente, el silencio le pesaba. Entonces recordó su tobillo, o más bien, el dolor se hizo recordar por sí solo. Se arrastró sobre la cama hasta el botiquin y lo abrió. Había lo tipico que hay en un botiquín, desinfectante, vendajes y varias medicinas. Ella solo necesitaba las vendas y algo de frio. O por lo menos, eso pensaba. Tampoco tenía ni idea de medicina.
— Esto, Ren-chan, ¿tú sabes algo de medicina?