1/03/2020, 22:07
«En el sitio de siempre.»
Aquellas cinco palabras escritas bastaron para ponerle la carne de gallina. Conocía aquella letra pulcra y firme. Como también conocía el significado que escondían tras aquel escueto mensaje. Su propia placa de jōnin lanzaba reflejos dorados a la luz. Su padre la estaba esperando.
Esperando a que cumpliera el reto que tiempo atrás le había lanzado.
—Maldita sea... —Ayame apretó las mandíbulas. Apretó la placa entre sus dedos. Cerró los ojos con rabia.
Su hermano tenía razón. Daruu tenía razón. Había esperado demasiado tiempo. Se suponía que debía ser ella quien le lanzara el desafío cuando obtuvo su placa de chūnin. Pero había sido una absoluta cobarde. Y al final había sido él quien había venido a buscarla a ella. No se le ocurría una peor manera de comenzar a cumplir su reto.
Ayame suspiró con resignación y se dio la vuelta. No podía dar marcha atrás en el tiempo, por lo que sólo podía tratar de caminar hacia delante y enfrentarse a las consecuencias de sus actos. Aquella vez no había sitio para el miedo.
Por eso, tomó todas sus armas, su equipamiento de kunoichi y salió al exterior como si fuera a enfrentarse a la misión más difícil de su vida.
En cierta manera, lo era.
Y aún así, cuando llegó al punto de encuentro, un escalofrío la recorrió de arriba a abajo. Ayame había pisado aquellas plataformas que se alzaban sobre las aguas del Lago de Amegakure en más de una ocasión. En ellas, Aotsuki Zetsuo había golpeado su voluntad una y otra vez, con la fuerza de un martillo sobre un yunque, para fortalecerla mentalmente. No había sido agradable. Nada agradable. En ocasiones llegó a pensar que aquellas sesiones de entrenamiento eran sesiones de tortura. Pero las cicatrices en su mente habían terminado por convertirla en lo que era en aquellos momentos. Ahora, en aquellas plataformas, Aotsuki Zetsuo encontraría lo que tanto tiempo llevaba esperando:
Que Ayame le platara cara y le demostrara de lo que era capaz.
—Siento haberte hecho esperar... papá —dijo, sus palabras acompañadas del chapoteo de sus botas sobre el agua.
Ayame se plantó en la misma plataforma que su padre, tras su espalda. Su padre estaba acuclillado frente a ella, cabizbajo, pero ella sabía bien que no había bajado la guardia en ningún momento. Jamás lo hacía. Como el águila que era, esperaba en su percha a que sus presas salieran a la luz.

![[Imagen: kQqd7V9.png]](https://i.imgur.com/kQqd7V9.png)