3/03/2020, 18:18 
(Última modificación: 3/03/2020, 18:19 por Himura Hana. Editado 1 vez en total.)
		
		
		
			Puede que técnicamente hubiese quedado con su sensei a una hora inconcreta en un sitio concreto, pero después de comer algo ligero, Hana había sido victima de los nervios y mucho antes de lo que debiera, había empezado a ponerse el kimono. Después había empezado a arreglarse el pelo y había acabado por estar preparada bastante antes del atardecer. Entonces, como era idiota, había pensado que para estar en su casa sin hacer nada, mucho mejor ir a molestar a su sensei horas antes de lo acordado a su casa. ¿Tal vez podría ayudarla a vestirse? 
Así fue como vestida en un furisode de color azul con pétalos de cerezo que contrastaban con el color azulado del kimono se plantó frente a la casa de la Uzumaki. Las mangas le caían hasta la rodilla, en la parte más baja eran de un color azul marino y el color iba degradando a medida que subían hasta ser blanco en los hombros. Los pétalos de cerezo eran de su color rosado característico y la cantidad aumentaba al bajar, como si estuviesen cayendo poco a poco. El pelo de la parte trasera de la cabeza lo llevaba recogido en un moño asegurado con una horquilla de forma muy característica, como si de ramas de un árbol se tratasen, de color blanco brillante a gris claro con gemas azuladas decorándolo. Por ambos laterales le caían dos sendos mechones de cabello suelto. Por último, calzaba las típicas sandalias tradicionales con un grueso calcetín blanco con una separación para los dedos para separar el pulgar.
No estaba nada acostumbrada a moverse con tal vestimenta, era la segunda vez que llevaba un kimono en toda su vida. Así que había tardado tranquilamente el triple de lo que acostumbraba en llegar a la puerta de su sensei. Se detuvo ahí, dudando durante un par de minutos. ¿Qué pensaría Eri? Aparte de que era tonta. No quería usar el sello porque le había dicho tajantemente que solo lo usase para emergencias. Pero no estaba segura de si era peor decirle algo por ahí que plantarse en su puerta. Negó con la cabeza tres veces y se giró a la puerta, decidida.
Tras volver a decidirse, golpeó con el nudillo la puerta un par de veces. Ya está, no había vuelta atrás. Ni siquiera podría salir corriendo aunque quisiese. Solo le quedaba plantarse ahí sonriente y rezar por ser suficientemente adorable para no morir.
		
		
		
		
	Así fue como vestida en un furisode de color azul con pétalos de cerezo que contrastaban con el color azulado del kimono se plantó frente a la casa de la Uzumaki. Las mangas le caían hasta la rodilla, en la parte más baja eran de un color azul marino y el color iba degradando a medida que subían hasta ser blanco en los hombros. Los pétalos de cerezo eran de su color rosado característico y la cantidad aumentaba al bajar, como si estuviesen cayendo poco a poco. El pelo de la parte trasera de la cabeza lo llevaba recogido en un moño asegurado con una horquilla de forma muy característica, como si de ramas de un árbol se tratasen, de color blanco brillante a gris claro con gemas azuladas decorándolo. Por ambos laterales le caían dos sendos mechones de cabello suelto. Por último, calzaba las típicas sandalias tradicionales con un grueso calcetín blanco con una separación para los dedos para separar el pulgar.
No estaba nada acostumbrada a moverse con tal vestimenta, era la segunda vez que llevaba un kimono en toda su vida. Así que había tardado tranquilamente el triple de lo que acostumbraba en llegar a la puerta de su sensei. Se detuvo ahí, dudando durante un par de minutos. ¿Qué pensaría Eri? Aparte de que era tonta. No quería usar el sello porque le había dicho tajantemente que solo lo usase para emergencias. Pero no estaba segura de si era peor decirle algo por ahí que plantarse en su puerta. Negó con la cabeza tres veces y se giró a la puerta, decidida.
Tras volver a decidirse, golpeó con el nudillo la puerta un par de veces. Ya está, no había vuelta atrás. Ni siquiera podría salir corriendo aunque quisiese. Solo le quedaba plantarse ahí sonriente y rezar por ser suficientemente adorable para no morir.
 
				 
			
