4/03/2020, 18:07
Hana ya tenía en la boca el resto del dulce de fresa cuando Ren se acercó a ella peligrosamente. La rubia se quedó helada como un cabritillo ante el peligro. Como si de repente el tiempo se hubiese ralentizado al máximo, vio la mano de la morena acercarse a ella, estirar los dedos y llegar hasta sus labios.
No sabía si la lentitud era cosa suya o realmente Ren se había tirado un buen rato para limpiarle la boca. Sintió cada minimo movimiento del barrido que la morena hizo sobre su boca, levantando la mirada para encontrarse con los zafiros de la amejin, ardientes de deseo. No fue hasta que la vio llevarse los dedos a la boca que comprendió que el deseo era por la fresa, no tenía nada que ver con ella.
Hana se decepcionó sin saber muy bien de qué se decepcionaba. Sin embargo, se sonrojó violentamente, apartando la mirada a donde le señalaba Ren, una caseta de tiro de shuriken. El enorme peluche que se alzaba tras todos los juguetes de mierda que ofrecía el lugar le despertó los siete males a Hana. Agarró el hombro de su hermana con la mano que no estaba sujetando la bolsa de peces y la zarandeó ligeramente.
— ¡Ren-chan! ¡Eres tú! — dijo sonriente señalando al panda. — Solo que en peludita y grande.
Hubo una breve pausa para la risa, que atenazó el estomago de la rubia, para después ponerse seria de golpe.
— Lo necesito, mi Ren-chan peludita.
No sabía si la lentitud era cosa suya o realmente Ren se había tirado un buen rato para limpiarle la boca. Sintió cada minimo movimiento del barrido que la morena hizo sobre su boca, levantando la mirada para encontrarse con los zafiros de la amejin, ardientes de deseo. No fue hasta que la vio llevarse los dedos a la boca que comprendió que el deseo era por la fresa, no tenía nada que ver con ella.
Hana se decepcionó sin saber muy bien de qué se decepcionaba. Sin embargo, se sonrojó violentamente, apartando la mirada a donde le señalaba Ren, una caseta de tiro de shuriken. El enorme peluche que se alzaba tras todos los juguetes de mierda que ofrecía el lugar le despertó los siete males a Hana. Agarró el hombro de su hermana con la mano que no estaba sujetando la bolsa de peces y la zarandeó ligeramente.
— ¡Ren-chan! ¡Eres tú! — dijo sonriente señalando al panda. — Solo que en peludita y grande.
Hubo una breve pausa para la risa, que atenazó el estomago de la rubia, para después ponerse seria de golpe.
— Lo necesito, mi Ren-chan peludita.