15/03/2020, 20:42
Ayame no encontró a Daruu cuando invadió su casa. Sin embargo, sabía bien dónde encontrarlo: entre largas zancadas, la muchacha atravesó el corto pasillo, pasó de largo una primera puerta a su izquierda y atravesó la cocina que quedaba justo enfrente. La cruzó con la mirada al frente, con un único objetivo en su mente y sin reparar en nada más, y pasó el siguiente corredor hacia la puerta del fondo. Fue allí, sentado sobre la cama con la espalda apoyada en la ventana y abrazado a un libro que le era familiar, donde encontró a Daruu, observándola como un ratoncillo asustado, temblando y con los ojos muy abiertos.
A aquellas alturas, Ayame se había olvidado de que Rōga la seguía. La kunoichi apretó los puños durante varios segundos, como si se estuviera debatiendo si debía golpearlo directamente. Pero entonces suspiró y sus labios se curvaron en una afilada y peligrosa sonrisa.
—¡Hola, Daruu! —saludó, simulando una alegría que estaba lejos de sentir. Su párpado derecho temblaba, con un ligero tic—. He venido corriendo a contarte una cosa. ¡No te vas a creer lo que me ha pasado!
A aquellas alturas, Ayame se había olvidado de que Rōga la seguía. La kunoichi apretó los puños durante varios segundos, como si se estuviera debatiendo si debía golpearlo directamente. Pero entonces suspiró y sus labios se curvaron en una afilada y peligrosa sonrisa.
—¡Hola, Daruu! —saludó, simulando una alegría que estaba lejos de sentir. Su párpado derecho temblaba, con un ligero tic—. He venido corriendo a contarte una cosa. ¡No te vas a creer lo que me ha pasado!