18/03/2020, 01:04
(Última modificación: 18/03/2020, 01:50 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Pero el que debía ser su padre, no era su padre. Al menos, no el de verdad.
Las espinas atravesaron sin piedad al supuesto Aotsuki Zetsuo; que, tras torcer el gesto en una mueca de dolor, estalló de inmediato en una pequeña nube de humo. No había sido más que un clon. Y Ayame se había tragado el cebo.
—Ocho —dijo severamente el verdadero Zetsuo, aún plantado en la plataforma y ahora con los brazos cruzados—. Ocho espinas son tu límite. Y aún así, ocho espinas utilizaste en nuestro último entrenamiento. Ocho espinas has utilizado contra mi señuelo. Estando envenenada.
»Te has ganado el favor de ese bijū, niña, pero sigues careciendo de autocontrol. Siempre gastas más chakra del que debes, siempre acabas agotada por jugártelo todo a una carta, por ejemplo —añadió, taladrándola con una mirada acusatoria—. ¿No te das cuenta? ¡Mira cómo estás! Y mírame a mí. Los jóvenes de hoy en día jugáis a los shinobi como si se tratase de un deporte, de una competición. Nadie cumplirá la misión si no os cuidáis vosotros mismos. ¡Los ninjas médicos estamos para ayudar, maldita sea, pero no para salvaros el culo cuando no miráis ni por el vuestro!
Ayame había resurgido en la superficie, apoyando la palma de la mano en el agua para tomar impulso y volver a ponerse en pie. Resollaba, pero en aquella ocasión su padre erraba. Había medido al milímetro sus energías, y ella no estaba agotada. Irritada, pegó un pisotón en el agua.
—Kokuō no tiene nada que ver en esto, es entre tú y yo. ¡Y no la necesito para enfrentarte! —exclamó, y pegó un pisotón que hizo salpicar el agua en todas las direcciones—. ¿Que te mire a ti! ¿Pero acaso te has visto a ti mismo? —Si creía que podía disimular su agotamiento, lo llevaba claro. Sus ojos eran capaces de ver más allá, y veía con total claridad su respiración agitada y el vaho que escapaba de forma tímida y tratando de pasar desapercibido entre sus labios—. ¡Y encima te atreves a sermonearme! ¡Ya no soy la cría que crees que soy, papá! —bramó.
Ayame flexionó ligeramente las rodillas. No poder emplear el Genjutsu contra un maestro de las ilusiones como era su padre le arrebataba buena parte de su repertorio de técnicas, pero no por ello iba a darse por vencida tan fácilmente. ¡Iba a demostrarle de lo que era capaz! Además, tenía que aprovechar la oportunidad, ahora que le tenía prácticamente contra las cuerdas. Sabía que no era buena idea acercarse a él, ni exponerse a aquellas manos que tan pronto podían curar heridas como podían romper huesos. Por eso había optado por jugar desde una distancia prudente.
Pero también debía escapar de sus ojos.
Ayame echó mano del portaobjetos que llevaba atado en la pierna derecha y tomó algo entre sus dedos que arrojó contra él. Una pequeña esfera, que fue alcanzada apenas un instante después por un shuriken. Y un sol estalló entre ambos. La kunoichi se había cuidado de cerrar los ojos justo antes del impacto, mientras sus manos terminaban de enlazarse. Y las aguas del lago volvieron a cobrar vida: se alargaron formando la silueta de un sinuoso dragón de agua que recortó la distancia que les separaba y arremetió contra el médico, con las fauces abiertas de par en par dispuesto a engullirlo por completo.
«Aún no... Esto no ha acabado...» Ayame apoyó sendas manos en las rodillas, sudorosa y jadeante por el esfuerzo. Su cuerpo comenzó a verse envuelto por otra capa de chakra, una blanquecina y ardiente como el vapor.
Las espinas atravesaron sin piedad al supuesto Aotsuki Zetsuo; que, tras torcer el gesto en una mueca de dolor, estalló de inmediato en una pequeña nube de humo. No había sido más que un clon. Y Ayame se había tragado el cebo.
—Ocho —dijo severamente el verdadero Zetsuo, aún plantado en la plataforma y ahora con los brazos cruzados—. Ocho espinas son tu límite. Y aún así, ocho espinas utilizaste en nuestro último entrenamiento. Ocho espinas has utilizado contra mi señuelo. Estando envenenada.
»Te has ganado el favor de ese bijū, niña, pero sigues careciendo de autocontrol. Siempre gastas más chakra del que debes, siempre acabas agotada por jugártelo todo a una carta, por ejemplo —añadió, taladrándola con una mirada acusatoria—. ¿No te das cuenta? ¡Mira cómo estás! Y mírame a mí. Los jóvenes de hoy en día jugáis a los shinobi como si se tratase de un deporte, de una competición. Nadie cumplirá la misión si no os cuidáis vosotros mismos. ¡Los ninjas médicos estamos para ayudar, maldita sea, pero no para salvaros el culo cuando no miráis ni por el vuestro!
Ayame había resurgido en la superficie, apoyando la palma de la mano en el agua para tomar impulso y volver a ponerse en pie. Resollaba, pero en aquella ocasión su padre erraba. Había medido al milímetro sus energías, y ella no estaba agotada. Irritada, pegó un pisotón en el agua.
—Kokuō no tiene nada que ver en esto, es entre tú y yo. ¡Y no la necesito para enfrentarte! —exclamó, y pegó un pisotón que hizo salpicar el agua en todas las direcciones—. ¿Que te mire a ti! ¿Pero acaso te has visto a ti mismo? —Si creía que podía disimular su agotamiento, lo llevaba claro. Sus ojos eran capaces de ver más allá, y veía con total claridad su respiración agitada y el vaho que escapaba de forma tímida y tratando de pasar desapercibido entre sus labios—. ¡Y encima te atreves a sermonearme! ¡Ya no soy la cría que crees que soy, papá! —bramó.
Ayame flexionó ligeramente las rodillas. No poder emplear el Genjutsu contra un maestro de las ilusiones como era su padre le arrebataba buena parte de su repertorio de técnicas, pero no por ello iba a darse por vencida tan fácilmente. ¡Iba a demostrarle de lo que era capaz! Además, tenía que aprovechar la oportunidad, ahora que le tenía prácticamente contra las cuerdas. Sabía que no era buena idea acercarse a él, ni exponerse a aquellas manos que tan pronto podían curar heridas como podían romper huesos. Por eso había optado por jugar desde una distancia prudente.
Pero también debía escapar de sus ojos.
Ayame echó mano del portaobjetos que llevaba atado en la pierna derecha y tomó algo entre sus dedos que arrojó contra él. Una pequeña esfera, que fue alcanzada apenas un instante después por un shuriken. Y un sol estalló entre ambos. La kunoichi se había cuidado de cerrar los ojos justo antes del impacto, mientras sus manos terminaban de enlazarse. Y las aguas del lago volvieron a cobrar vida: se alargaron formando la silueta de un sinuoso dragón de agua que recortó la distancia que les separaba y arremetió contra el médico, con las fauces abiertas de par en par dispuesto a engullirlo por completo.
«Aún no... Esto no ha acabado...» Ayame apoyó sendas manos en las rodillas, sudorosa y jadeante por el esfuerzo. Su cuerpo comenzó a verse envuelto por otra capa de chakra, una blanquecina y ardiente como el vapor.

![[Imagen: kQqd7V9.png]](https://i.imgur.com/kQqd7V9.png)