20/03/2020, 18:37
Pero Zetsuo soltó una estruendosa carcajada, y Ayame se ruborizó, perfectamente consciente de que acababa de hacer el ridículo.
—Lo siento, pero no, este sello es exclusivo de los practicantes de Ninjutsu médico —respondió—. ¿Vas a perder mucho más tiempo? Porque para nosotros, el tiempo es... esencial.
Ayame expulsó el aire por la nariz. Pero no respondió en voz alta. Había dejado de sentir en su cuerpo los nocivos efectos del veneno, pero el agotamiento seguía agarrotándola. A aquellas alturas del combate, había gastado mucha energía y sabía que no le quedaba para mucho más. Pero lo peor era aquella sensación de impotencia: por mucho que atacara a su padre, por muchas ganas que le pusiera o enrevesara sus estrategias, parecía que el médico se levantaba con más fuerzas después de cada ataque recibido. Como un acero forjado al fuego y bajo la presión de los golpes del martillo... ¿Cómo se podía vencer a algo así?
Una de sus manos de Zetsuo volvió a iluminarse con aquel halo verdoso, un brillo que se había hecho incluso más intenso. Volvía a curarse las heridas. Pero no sólo eso. Ayame tensó los hombros al verle rebuscar en su portaobjetos, y no pudo evitar entrecerrar los ojos con rechazo al verle llevarse algo a la boca. Seguramente, una de aquellas drogas que revitalizaban el cuerpo de forma artificial.
Con las mandíbulas apretadas, Ayame rehuyó los ojos de su padre, flexionó las rodillas y tomó impulso. Sus piernas estallaron sobre el agua al arrancar a correr hacia él, recortando a toda velocidad la distancia que les separaba con zancadas tan largas como rápidas. Sus pies no tardaron en abandonar el agua y pisotearon el cemento de la plataforma mientras su zurda rebuscaba en el portaobjetos de su espalda y volvió a arrojar algo hacia delante. La esfera rebotó en el borde contrario de la plataforma y la kunoichi se tapó los oídos justo a tiempo de que la mandrágora liberara un potente chillido que taladraría los tímpanos de todos los que la escucharan en diez metros a la redonda.
Su intención había sido clara: obligar a su padre a volver a detener sus curas. Pero no perdió un instante, extendió la muñeca izquierda desplegando el arco que llevaba escondido bajo su manga y se detuvo en seco en el borde de la plataforma mientras su diestra buscaba una flecha que disparó directa a sus piernas.
—Lo siento, pero no, este sello es exclusivo de los practicantes de Ninjutsu médico —respondió—. ¿Vas a perder mucho más tiempo? Porque para nosotros, el tiempo es... esencial.
Ayame expulsó el aire por la nariz. Pero no respondió en voz alta. Había dejado de sentir en su cuerpo los nocivos efectos del veneno, pero el agotamiento seguía agarrotándola. A aquellas alturas del combate, había gastado mucha energía y sabía que no le quedaba para mucho más. Pero lo peor era aquella sensación de impotencia: por mucho que atacara a su padre, por muchas ganas que le pusiera o enrevesara sus estrategias, parecía que el médico se levantaba con más fuerzas después de cada ataque recibido. Como un acero forjado al fuego y bajo la presión de los golpes del martillo... ¿Cómo se podía vencer a algo así?
Una de sus manos de Zetsuo volvió a iluminarse con aquel halo verdoso, un brillo que se había hecho incluso más intenso. Volvía a curarse las heridas. Pero no sólo eso. Ayame tensó los hombros al verle rebuscar en su portaobjetos, y no pudo evitar entrecerrar los ojos con rechazo al verle llevarse algo a la boca. Seguramente, una de aquellas drogas que revitalizaban el cuerpo de forma artificial.
Con las mandíbulas apretadas, Ayame rehuyó los ojos de su padre, flexionó las rodillas y tomó impulso. Sus piernas estallaron sobre el agua al arrancar a correr hacia él, recortando a toda velocidad la distancia que les separaba con zancadas tan largas como rápidas. Sus pies no tardaron en abandonar el agua y pisotearon el cemento de la plataforma mientras su zurda rebuscaba en el portaobjetos de su espalda y volvió a arrojar algo hacia delante. La esfera rebotó en el borde contrario de la plataforma y la kunoichi se tapó los oídos justo a tiempo de que la mandrágora liberara un potente chillido que taladraría los tímpanos de todos los que la escucharan en diez metros a la redonda.
Su intención había sido clara: obligar a su padre a volver a detener sus curas. Pero no perdió un instante, extendió la muñeca izquierda desplegando el arco que llevaba escondido bajo su manga y se detuvo en seco en el borde de la plataforma mientras su diestra buscaba una flecha que disparó directa a sus piernas.

![[Imagen: kQqd7V9.png]](https://i.imgur.com/kQqd7V9.png)