26/03/2020, 03:13
(Última modificación: 31/03/2020, 02:11 por Hanamura Kazuma. Editado 1 vez en total.)
— Bueno... no es tan fácil. Cho...Chomei no ha mostrado mucho interés por conversar conmigo, además de para aclarar que quiere despedazarme. E-estoy seguro de que cuando llegué el momento, hablaremos. Pero de momento, tenemos que procurar que Kurama no nos detecte — explicó Juro —. Quizá venir aquí no ha sido lo más inteligente del mundo, pero confío en que si mantengo un perfil bajo y no hago nada que pueda llamar su radar, estaremos bien.
«Chomei… Kurama», repitió mentalmente, grabándose aquellos nombres.
— P-pero bueno, yo esto no te lo digo para que te asustes, hombre. Todo va a ir bien y la siguiente prueba de la competición irá genial — murmuró. Miró a los lados —. Mira, la gente ya se ha ido. Es seguro que continuemos. Al final no hemos comido nada. Estoy reventado, ¿sabes? Mañana nos espera otro largo día.
—Sí, ha sido un día bastante largo… Sera mejor que vayamos a descansar. —Aunque en el fondo sabía que sería poco lo que podría dormir.
La ruta hasta el hospedaje no le tomaría mucho tiempo, aunque el camino era lo suficientemente largo como para encontrar algún puesto que vendiese aquellos panes rellenos de carne que tan famosos eran en aquella ciudad. Kazuma pidió unos seis, que en principio parecían demasiado; pero pronto demostraron ser apenas suficiente para el hambre que cargaban consigo.
—Buenas noches, sensei —dijo Kazuma antes de marcharse a su habitación—. Y gracias por lo de hoy..., por contarme aquello.
Kazuma se arrojó sobre la cama y se quedó quieto allí, mirando el oscuro techo, como si el peso de todo lo revelado le aplastase más allá de la necesidad de dormir. Su mente era una tormenta de preguntas; pero había una en particular que se repetía constantemente: “¿Dónde estaría Datsue-san?” Y pensar que la respuesta implicaba una gran soledad, interrumpida únicamente por la bestia que había en su interior, le hacía sentirse un poco mal, casi culpable por agradecer que dicha carga no estuviese sobre él.
Las agitaciones de la noche anterior debieron fatigar su cuerpo, pues cuando despertó por el ruido ya era avanzada la mañana. Tan tarde era que apenas les daría tiempo a ambos de lavarse la cara y correr al sitio donde se realizaría la prueba, y eso si no desayunaban. Se suponía que sería más tarde, que por lo menos tendrían 24 horas para descansar; pero al juez le pareció que todo herrero que se precie debía saber trabajar efectivamente a pesar del cansancio y lo inoportuno de un pedido, negar la holgazanería (según palabras textuales). Aquello había enloquecido a la ciudad desde temprano.
Además, en esta ocasión celebrarían la prueba en un lugar distinto, la gran plaza noreste. Luego de atravesar un mar de personas, podrían conseguir un par de asientos en las tribunas levantadas durante la madrugada. En el centro de la plaza podrían ver gran cantidad equipo, herramientas mecánicas, correas y engranajes de todo tipo que escapaban de la comprensión de la persona promedio. Lo que si era bastante familiar eran aquellas fraguas, que permanecían meramente como familiares puesto que eran de la más alta tecnología disponible (una generosa donación para el evento).
—¿No son demasiados puestos? —pregunto en cuanto vio el escenario.
Y ciertamente, en la primera ronda muchos se habían quedado fuera por considerar la selección de material como algo fuera de sus facultades; pero aquello, cuando realmente comenzabas a utilizar el fuego y el yunque era el punto fuerte de la mayoría, por lo que aquella ocasión pudieron contarse 28 de los 56 participantes totales.
—Buenos días, público y participantes —dijo un hombre que se encontraba en la tarima de los jueces, con una voz demasiado modulada, mecánica—. Soy Kadomura Kichio, juez de esta prueba. Estoy aquí en representación de la academia de estudios metalúrgicos del País de la Tormenta, institución que hizo los donativos de equipo para esta prueba.
Estaba vestido con una ancha túnica blanca, típica de los investigadores. Además, su postura era exageradamente recta, su cabello estaba simétricamente acomodado y a través de los gruesos y redondos lentes que portaba de veían unos ojos azules y acerados.
—Suponiendo que ya todos tienen su material, la prueba consistirá en hacer una palanquilla —explico lacónicamente, como si estuviese impartiendo una clase en un día cualquiera—. Pueden hacer uso de todo lo que aquí tienen para conseguirlo… Tienen tres horas.
Y con aquello se retiró al estrado, no sin antes girarse y dedicarles algunas palabras:
—Por cierto, si dañan alguno de los equipos... los matare —sentencio con frialdad, ajustandose los lentes para luego sentarse y entrecruzar sus manos, a la espera de que decidiesen comenzar.
La estación de cada participante constaba de tres elementos: un martillo pilón, una fragua a gas con graduación y una mesa de trabajo con herramientas varias… Lo único que no había era algún manual de instrucciones.
«Chomei… Kurama», repitió mentalmente, grabándose aquellos nombres.
— P-pero bueno, yo esto no te lo digo para que te asustes, hombre. Todo va a ir bien y la siguiente prueba de la competición irá genial — murmuró. Miró a los lados —. Mira, la gente ya se ha ido. Es seguro que continuemos. Al final no hemos comido nada. Estoy reventado, ¿sabes? Mañana nos espera otro largo día.
—Sí, ha sido un día bastante largo… Sera mejor que vayamos a descansar. —Aunque en el fondo sabía que sería poco lo que podría dormir.
La ruta hasta el hospedaje no le tomaría mucho tiempo, aunque el camino era lo suficientemente largo como para encontrar algún puesto que vendiese aquellos panes rellenos de carne que tan famosos eran en aquella ciudad. Kazuma pidió unos seis, que en principio parecían demasiado; pero pronto demostraron ser apenas suficiente para el hambre que cargaban consigo.
—Buenas noches, sensei —dijo Kazuma antes de marcharse a su habitación—. Y gracias por lo de hoy..., por contarme aquello.
Kazuma se arrojó sobre la cama y se quedó quieto allí, mirando el oscuro techo, como si el peso de todo lo revelado le aplastase más allá de la necesidad de dormir. Su mente era una tormenta de preguntas; pero había una en particular que se repetía constantemente: “¿Dónde estaría Datsue-san?” Y pensar que la respuesta implicaba una gran soledad, interrumpida únicamente por la bestia que había en su interior, le hacía sentirse un poco mal, casi culpable por agradecer que dicha carga no estuviese sobre él.
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Las agitaciones de la noche anterior debieron fatigar su cuerpo, pues cuando despertó por el ruido ya era avanzada la mañana. Tan tarde era que apenas les daría tiempo a ambos de lavarse la cara y correr al sitio donde se realizaría la prueba, y eso si no desayunaban. Se suponía que sería más tarde, que por lo menos tendrían 24 horas para descansar; pero al juez le pareció que todo herrero que se precie debía saber trabajar efectivamente a pesar del cansancio y lo inoportuno de un pedido, negar la holgazanería (según palabras textuales). Aquello había enloquecido a la ciudad desde temprano.
Además, en esta ocasión celebrarían la prueba en un lugar distinto, la gran plaza noreste. Luego de atravesar un mar de personas, podrían conseguir un par de asientos en las tribunas levantadas durante la madrugada. En el centro de la plaza podrían ver gran cantidad equipo, herramientas mecánicas, correas y engranajes de todo tipo que escapaban de la comprensión de la persona promedio. Lo que si era bastante familiar eran aquellas fraguas, que permanecían meramente como familiares puesto que eran de la más alta tecnología disponible (una generosa donación para el evento).
—¿No son demasiados puestos? —pregunto en cuanto vio el escenario.
Y ciertamente, en la primera ronda muchos se habían quedado fuera por considerar la selección de material como algo fuera de sus facultades; pero aquello, cuando realmente comenzabas a utilizar el fuego y el yunque era el punto fuerte de la mayoría, por lo que aquella ocasión pudieron contarse 28 de los 56 participantes totales.
—Buenos días, público y participantes —dijo un hombre que se encontraba en la tarima de los jueces, con una voz demasiado modulada, mecánica—. Soy Kadomura Kichio, juez de esta prueba. Estoy aquí en representación de la academia de estudios metalúrgicos del País de la Tormenta, institución que hizo los donativos de equipo para esta prueba.
Estaba vestido con una ancha túnica blanca, típica de los investigadores. Además, su postura era exageradamente recta, su cabello estaba simétricamente acomodado y a través de los gruesos y redondos lentes que portaba de veían unos ojos azules y acerados.
—Suponiendo que ya todos tienen su material, la prueba consistirá en hacer una palanquilla —explico lacónicamente, como si estuviese impartiendo una clase en un día cualquiera—. Pueden hacer uso de todo lo que aquí tienen para conseguirlo… Tienen tres horas.
Y con aquello se retiró al estrado, no sin antes girarse y dedicarles algunas palabras:
—Por cierto, si dañan alguno de los equipos... los matare —sentencio con frialdad, ajustandose los lentes para luego sentarse y entrecruzar sus manos, a la espera de que decidiesen comenzar.
La estación de cada participante constaba de tres elementos: un martillo pilón, una fragua a gas con graduación y una mesa de trabajo con herramientas varias… Lo único que no había era algún manual de instrucciones.
![[Imagen: aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif]](https://i.pinimg.com/originals/aa/b6/87/aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif)