26/03/2020, 20:15
Entre resuellos de esfuerzo, Ayame lo escuchaba hablar consigo mismo.
«Aún hay algún clon... Al menos dos más.» Supuso, a raíz de lo que hablaban entre sí, aunque era difícil decirlo cuando todos ellos tenían la misma voz. Uno hablaba de separarse, el otro le contradecía, pero un tercero le daba la razón al primero...
Ayame respiró hondo y estiró el torso para tomar más aire. El combate había llegado a su fin. No había nada más que pudiera hacer. Sus labios se curvaron en una sonrisa cargada de tristeza, y sus manos se entrelazaron, ocultas entre la bruma mientras tarareaba una suave canción. Y el eco de su voz le devolvió la posición de los tres Zetsuo, cada uno de ellos mirando en una dirección diferente. Daba lo mismo. Era hora de terminar aquello.
Por todo lo alto.
El lago pareció rugir de repente. Un rugido ronco, grave, profundo, que parecía sacado de las fauces de un monstruo marino de las profundidades. Un monstruo que apareció entonces entre la niebla y se abalanzó sobre ellos, con las fauces abiertas de par en par para engullirlos por completo.
Ayame respiraba de forma entrecortada, ahogada, ruidosa. Había reunido las escasas reservas de chakra que le quedaban, e incluso había ido más allá de lo que hubiese debido. Con la vista borrosa, intentó darse la vuelta para alejarse del agua y dirigirse a la plataforma, pero sus tobillos se enredaron entre sí, ella tropezó y cayó con estruendo. Su cuerpo no tardó en hundirse.
Y la niebla se disipó.
«Aún hay algún clon... Al menos dos más.» Supuso, a raíz de lo que hablaban entre sí, aunque era difícil decirlo cuando todos ellos tenían la misma voz. Uno hablaba de separarse, el otro le contradecía, pero un tercero le daba la razón al primero...
Ayame respiró hondo y estiró el torso para tomar más aire. El combate había llegado a su fin. No había nada más que pudiera hacer. Sus labios se curvaron en una sonrisa cargada de tristeza, y sus manos se entrelazaron, ocultas entre la bruma mientras tarareaba una suave canción. Y el eco de su voz le devolvió la posición de los tres Zetsuo, cada uno de ellos mirando en una dirección diferente. Daba lo mismo. Era hora de terminar aquello.
Por todo lo alto.
El lago pareció rugir de repente. Un rugido ronco, grave, profundo, que parecía sacado de las fauces de un monstruo marino de las profundidades. Un monstruo que apareció entonces entre la niebla y se abalanzó sobre ellos, con las fauces abiertas de par en par para engullirlos por completo.
Ayame respiraba de forma entrecortada, ahogada, ruidosa. Había reunido las escasas reservas de chakra que le quedaban, e incluso había ido más allá de lo que hubiese debido. Con la vista borrosa, intentó darse la vuelta para alejarse del agua y dirigirse a la plataforma, pero sus tobillos se enredaron entre sí, ella tropezó y cayó con estruendo. Su cuerpo no tardó en hundirse.
Y la niebla se disipó.