26/03/2020, 23:44
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Segundos? ¿Minutos? ¿Horas? En aquel océano de insondable oscuridad era imposible saberlo. Sólo sabía que no quería volver. Allí no sentía dolor, no sentía aquella fatiga que la había llevado a la extenuación. Pero no podía quedarse. Así se lo hizo saber la luz que atravesó sus párpados como una lanza, azul y brillante como un zafiro, y que comenzó a tirar de ella hacia fuera. La energía regresaba a ella, nutriéndola desde el abdomen y extendiéndose hacia el resto de su cuerpo como un suave y renovador torrente de agua. Fue entonces cuando oyó las voces. Al principio sonaban enlatadas, como si las estuviese escuchando desde el fondo de un lago o a través de un grueso cristal, pero según pasaban los segundos se iban volviendo más y más nítidas. La arrastraban fuera de los dominios de la inconsciencia, la obligaban a regresar al plano terrenal.
Ayame giró la cabeza lentamente, con un ronco gruñido, y se estremeció. Estaba empapada de los pies a la cabeza, tenía mucho frío, y estaba terriblemente cansada. ¿Por qué no la dejaban descansar en paz? La muchacha frunció los ojos con esfuerzo, tratando de abrirlos, pero apenas consiguió desplegar una pequeña rendija a través de la cual vio dos sombras difusas y distorsionadas.
—¿Pa...? —gorjeó débilmente.
Su mente comenzó a funcionar de nuevo.
Ayame giró la cabeza lentamente, con un ronco gruñido, y se estremeció. Estaba empapada de los pies a la cabeza, tenía mucho frío, y estaba terriblemente cansada. ¿Por qué no la dejaban descansar en paz? La muchacha frunció los ojos con esfuerzo, tratando de abrirlos, pero apenas consiguió desplegar una pequeña rendija a través de la cual vio dos sombras difusas y distorsionadas.
—¿Pa...? —gorjeó débilmente.
Su mente comenzó a funcionar de nuevo.