30/03/2020, 18:52
Su padre respiró hondo. Y Ayame se temió lo peor.
—Los sentimientos nos hacen débiles —recitó.
Como tantas otras veces había hecho. Siempre con Ayame en el suelo, después de haber fracasado estrepitosamente en un entrenamiento. Ayame se mordió el labio inferior para evitar que le temblara, pero la voz de Zetsuo volvió a llamarla:
—Suprime tus anhelos y ciérrate a los miedos. Olvida el cariño y el afecto y aparca la rabia. Luego mírame —ordenó—. Sólo entonces, tendrás tu respuesta.
Y Ayame le miró, con ojos brillantes de lágrimas. Zetsuo respiraba de forma entrecortada, su cuerpo estaba maltrecho, tenía la ropa desgarrada en numerosos puntos, la piel del torso que no había terminado de curar presentaba varios moratones.
Y la parte racional del cerebro de la kunoichi tuvo que reconocerlo: Puede que no hubiese podido con él, pero al menos no se lo había puesto tan fácil. Aún así...
—Me falláis cada vez que os enfrentáis a mí y no habéis aprendido algo nuevo, cada vez que caéis sin haberos vuelto más fuertes —replicó—. No es el caso. Te lo he dicho antes. La Luna Azul brilla con fuerza hoy.
—No te referías a ti... —balbuceó Ayame, con un hilo de voz.
—Es la primera vez que dudo cual de mis dos hijos es más fuerte.
Aquellas palabras. Aquello era lo que había estado persiguiendo desde que decidiera, tantos años atrás, comenzar su camino como ninja. Ayame había buscado una y otra vez sorprenderle de mil maneras diferentes: cuando aprendió a lanzar sus primeros shuriken, cuando consiguió dominar su primera técnica, con sus primeras calificaciones de clase... Pero nada era suficiente nunca. Su padre siempre se había mostrado como un muro firme y distante, inalcanzable. Y entonces llegó aquella racha en la que los abusos en la academia hicieron que su rendimiento se desplomara. Comenzó a sacar malas notas, nada le salía bien, y los entrenamientos a los que la sometió su padre en un intento de enderezarla de nuevo sólo fueron como sesiones de tortura para ella. Cayó una y otra vez. Lloró una y otra vez. Quiso rendirse una y otra vez. Y nunca lo había hecho. ¿Por qué? Aquella era una pregunta que ella también se había hecho en más de una ocasión.
Y la respuesta la tenía ahora frente a sus ojos.
Ayame reunió todas las fuerzas que le restaban y, con un lastimero gemido de cansancio, se reincorporó haciendo un soberano esfuerzo. Abrazó a Zetsuo con fuerza y enterró el rostro en su hombro, sollozando a lágrima viva.
—Los sentimientos nos hacen débiles —recitó.
Como tantas otras veces había hecho. Siempre con Ayame en el suelo, después de haber fracasado estrepitosamente en un entrenamiento. Ayame se mordió el labio inferior para evitar que le temblara, pero la voz de Zetsuo volvió a llamarla:
—Suprime tus anhelos y ciérrate a los miedos. Olvida el cariño y el afecto y aparca la rabia. Luego mírame —ordenó—. Sólo entonces, tendrás tu respuesta.
Y Ayame le miró, con ojos brillantes de lágrimas. Zetsuo respiraba de forma entrecortada, su cuerpo estaba maltrecho, tenía la ropa desgarrada en numerosos puntos, la piel del torso que no había terminado de curar presentaba varios moratones.
Y la parte racional del cerebro de la kunoichi tuvo que reconocerlo: Puede que no hubiese podido con él, pero al menos no se lo había puesto tan fácil. Aún así...
—Me falláis cada vez que os enfrentáis a mí y no habéis aprendido algo nuevo, cada vez que caéis sin haberos vuelto más fuertes —replicó—. No es el caso. Te lo he dicho antes. La Luna Azul brilla con fuerza hoy.
—No te referías a ti... —balbuceó Ayame, con un hilo de voz.
—Es la primera vez que dudo cual de mis dos hijos es más fuerte.
Aquellas palabras. Aquello era lo que había estado persiguiendo desde que decidiera, tantos años atrás, comenzar su camino como ninja. Ayame había buscado una y otra vez sorprenderle de mil maneras diferentes: cuando aprendió a lanzar sus primeros shuriken, cuando consiguió dominar su primera técnica, con sus primeras calificaciones de clase... Pero nada era suficiente nunca. Su padre siempre se había mostrado como un muro firme y distante, inalcanzable. Y entonces llegó aquella racha en la que los abusos en la academia hicieron que su rendimiento se desplomara. Comenzó a sacar malas notas, nada le salía bien, y los entrenamientos a los que la sometió su padre en un intento de enderezarla de nuevo sólo fueron como sesiones de tortura para ella. Cayó una y otra vez. Lloró una y otra vez. Quiso rendirse una y otra vez. Y nunca lo había hecho. ¿Por qué? Aquella era una pregunta que ella también se había hecho en más de una ocasión.
Y la respuesta la tenía ahora frente a sus ojos.
Ayame reunió todas las fuerzas que le restaban y, con un lastimero gemido de cansancio, se reincorporó haciendo un soberano esfuerzo. Abrazó a Zetsuo con fuerza y enterró el rostro en su hombro, sollozando a lágrima viva.