30/03/2020, 20:17
(Última modificación: 30/03/2020, 20:18 por Aotsuki Ayame.)
—Sé que has estado esforzándote para mí, pero no es mi reconocimiento lo que debes perseguir, Ayame —habló Zetsuo y Ayame agachó la mirada profundamente avergonzada. Él siempre había sabido leer a través de ella como si de un libro abierto se tratara, y muchas veces ni siquiera había tenido que recurrir a su escalofriante habilidad para leer la mente. Él la agarró por los hombros y la separó, obligándola a mirarle directamente—. La excelencia está al servicio de la familia, en primer lugar. De la aldea, en el segundo. De ti misma, en el tercero. Sigue fortaleciéndote para proteger a los tuyos. Todo lo demás no debe importarte. Todo lo demás... no es importante.
Ayame volvía a morderse el labio inferior y se sorbió la nariz, llorando a moco tendido.
«Yo... yo sólo quería que me miraras... que me miraras como mirabas a Kōri...» Fue su cerebro el que formuló las palabras que sus labios no se atrevieron a reproducir.
Pero asintió. Asintió varias veces con energía. Proteger a los suyos, ese era su principal camino del ninja. Y siempre lo sería. Siempre lo había hecho. Y siempre seguiría haciéndolo.
—Muy bonito. Supongo que ya no me necesitas, ¿no, Zetsuo? Me voy, antes de que me ponga a vomitar arcoiris —graznó el águila, antes de desvanecerse en una nube de humo.
Zetsuo desvió la mirada a un lado con gesto asqueado, pero Ayame se enjugaba las lágrimas con una risilla.
—Jo, qué borde... —Y eso le recordó algo que le hizo lanzar un largo suspiro de pesar—. Me había reservado una cosa para el combate y al final, con todo el lío, no he podido hacerlo... Yo...
»No pertenezco a la familia de las águilas.
Ayame no dio más explicaciones. Elevó la diestra, se mordió el dedo pulgar y dejó que la sangre bañara su piel. Sus manos se entrelazaron por última vez y entonces dio una palmada en el suelo.
Ya no iba a ser tan impresionante, pero tendría que valer, porque sus reservas de chakra no daban para más.
—¡Kuchiyose no Jutsu!
Una nube de humo la envolvió momentáneamente. Pequeña, bastante pequeña, y de ella surgió una saeta que se alzó en el cielo rápida como una estrella fugaz.
—¡Ayame! ¡Ayame! ¡¿Qué te ha pasado?!
Entre ambos aleteaba un halcón tan pequeño que perfectamente podía caber en la palma de una mano. Blanco por el vientre, grisáceo por el lomo, marrón en la espalda, y con la cola oscura decorada con múltiples motas de color blanco. Tenía los ojos oscuros bordeados de plumas rojas brillantes como la sangre.
—No te preocupes, Pigmy, sólo quería presentart...
—¿¿QUIÉN ES ESTE SEÑOR TAN FEO CON CARA DE MALA LECHE?? ¿¿ES ÉL QUIEN TE HA HECHO ESO?? ¡¡SUJÉTAME, AYAME!! ¡SUJÉTAME PORQUE SI NO VOY A DARLE SU MERECIDO!! —graznaba, de manera increíblemente escandalosa para su pequeño tamaño, pero nunca llegó a moverse del sitio.
Ayame volvía a morderse el labio inferior y se sorbió la nariz, llorando a moco tendido.
«Yo... yo sólo quería que me miraras... que me miraras como mirabas a Kōri...» Fue su cerebro el que formuló las palabras que sus labios no se atrevieron a reproducir.
Pero asintió. Asintió varias veces con energía. Proteger a los suyos, ese era su principal camino del ninja. Y siempre lo sería. Siempre lo había hecho. Y siempre seguiría haciéndolo.
—Muy bonito. Supongo que ya no me necesitas, ¿no, Zetsuo? Me voy, antes de que me ponga a vomitar arcoiris —graznó el águila, antes de desvanecerse en una nube de humo.
Zetsuo desvió la mirada a un lado con gesto asqueado, pero Ayame se enjugaba las lágrimas con una risilla.
—Jo, qué borde... —Y eso le recordó algo que le hizo lanzar un largo suspiro de pesar—. Me había reservado una cosa para el combate y al final, con todo el lío, no he podido hacerlo... Yo...
»No pertenezco a la familia de las águilas.
Ayame no dio más explicaciones. Elevó la diestra, se mordió el dedo pulgar y dejó que la sangre bañara su piel. Sus manos se entrelazaron por última vez y entonces dio una palmada en el suelo.
Ya no iba a ser tan impresionante, pero tendría que valer, porque sus reservas de chakra no daban para más.
—¡Kuchiyose no Jutsu!
Una nube de humo la envolvió momentáneamente. Pequeña, bastante pequeña, y de ella surgió una saeta que se alzó en el cielo rápida como una estrella fugaz.
—¡Ayame! ¡Ayame! ¡¿Qué te ha pasado?!
Entre ambos aleteaba un halcón tan pequeño que perfectamente podía caber en la palma de una mano. Blanco por el vientre, grisáceo por el lomo, marrón en la espalda, y con la cola oscura decorada con múltiples motas de color blanco. Tenía los ojos oscuros bordeados de plumas rojas brillantes como la sangre.
—No te preocupes, Pigmy, sólo quería presentart...
—¿¿QUIÉN ES ESTE SEÑOR TAN FEO CON CARA DE MALA LECHE?? ¿¿ES ÉL QUIEN TE HA HECHO ESO?? ¡¡SUJÉTAME, AYAME!! ¡SUJÉTAME PORQUE SI NO VOY A DARLE SU MERECIDO!! —graznaba, de manera increíblemente escandalosa para su pequeño tamaño, pero nunca llegó a moverse del sitio.

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