31/03/2020, 03:55
La tarde era cálida y aún faltaban algunas horas para el crepúsculo. La brisa era fresca y el sol agradable, con su color cada vez más rojizo y sus rayos inclinados. Kazuma aprovechaba esa hora para alejarse un poco de Kitanoya y buscar un lugar en donde ejercitarse en solitario.
Por supuesto, en las instalaciones que habían dispuesto para la delegación de Kusagakure había mucho espacio para entrenar. Pero al peliblanco le preocupaba encontrarse con sus compatriotas: luego de que su maestro fuera declarado como asesino de Kenzou no estaba seguro de su relación con los demás, con el resto de la aldea. También era consciente de que quizás estaba suponiendo algo exagerado, pero como no sabía quién de los suyos podía sentirse igual que Kintsugi, prefería optar por la frágil seguridad que había en la soledad.
De tanto explorar dio con una pequeña plataforma, cuyo deterioro indicaba que le convino más el abandono que la restauración. Aquello tenía sentido, estaba apartada y era bastante rustica; pero la vista hacia poniente era magnifica. Allí creía estar seguro de encuentros incomodos con algún compañero de villa: el sitio era recóndito y a aquella hora “nadie” saldría a entrenar. Se sentía tan a sus anchas que llevaba consigo un par de libros y un poco de comida, dejando todo regado en un banco cercano.
«No creo que a nadie le moleste», pensó, divertido por lo insignificante que resultaba el desorden en un sitio como aquel.
En aquel momento se encontraba tomando un descanso, acostado y extendido en la plataforma, mirando hacia el cielo y preguntándose cuál era la línea imaginaria que separaba el fin del día del comienzo de la noche. Mientras tanto, disfrutaba de un panecillo y de la solitaria paz que le rodeaba.
Por supuesto, en las instalaciones que habían dispuesto para la delegación de Kusagakure había mucho espacio para entrenar. Pero al peliblanco le preocupaba encontrarse con sus compatriotas: luego de que su maestro fuera declarado como asesino de Kenzou no estaba seguro de su relación con los demás, con el resto de la aldea. También era consciente de que quizás estaba suponiendo algo exagerado, pero como no sabía quién de los suyos podía sentirse igual que Kintsugi, prefería optar por la frágil seguridad que había en la soledad.
De tanto explorar dio con una pequeña plataforma, cuyo deterioro indicaba que le convino más el abandono que la restauración. Aquello tenía sentido, estaba apartada y era bastante rustica; pero la vista hacia poniente era magnifica. Allí creía estar seguro de encuentros incomodos con algún compañero de villa: el sitio era recóndito y a aquella hora “nadie” saldría a entrenar. Se sentía tan a sus anchas que llevaba consigo un par de libros y un poco de comida, dejando todo regado en un banco cercano.
«No creo que a nadie le moleste», pensó, divertido por lo insignificante que resultaba el desorden en un sitio como aquel.
En aquel momento se encontraba tomando un descanso, acostado y extendido en la plataforma, mirando hacia el cielo y preguntándose cuál era la línea imaginaria que separaba el fin del día del comienzo de la noche. Mientras tanto, disfrutaba de un panecillo y de la solitaria paz que le rodeaba.