1/04/2020, 19:35
Takumi esperaba nervioso en una sala mientras le daba vueltas a lo que se le venía enima. Vestía su ropa habitual: un haori blanco con una cruz solar negra en la espalda, sobre una chaqueta gakuran negra; unos pantalones anchos negros con un cinturón blanco alrededor de su cintura del cual colgaba su portaobjetos; sandalias zōri sobre calcetines tabi, envuelto alrededor de las pantorrillas unas bandas de tela blanca; y, finalmente, su bandana lucía brillante en la frente. Pero añadió algo a su clásico vestuario, un colgante de una espiral carmesí pendía de su cuello, el regalo de su sensei para que le diera suerte en el torneo.
«Junko-sensei, Itona... No os decepcionaré.»
En ese instante entró un samurái, indicándole que le siguiera hasta la puerta. «Es el momento.» Le siguió hasta un portón que daba paso al ring de combate, aprovechó para ajustarse a conciencia las gafas y las grandes puertas se abrieron. Dentro ya se escuchaba al público eufórico, pero tras dar sus primeros pasos este sonido se hizo más intenso, era abrumador. Avanzó lento pero seguro a su posición, mirando a las gradas curioso y cuando llegó a su posición saludó. Primero hizo una reverencia hacia el palco de los kages y señores feudales, momento en el que un escalofrío le recorrió el cuerpo. «¿Estará en el palco Natsukatto Amura? Seguramente... Habrá que dar un buen espectáculo pues.» Luego hizo otra reverencia hacia la grada de Uzushiogakure, la Aldea que le había acogido. Y finalmente miró al cielo durante un par de segundos. «Arata... Madre... Padre... Allá donde quiera que estéis esto va por vosotros.» Una lágrima le recorrió el lado derecho de la cara. «Me convertiré en un gran shinobi y llevaré la paz y la justicia a Kaze no Kuni.» Sonrió, y sin cambiar su gesto miró entonces a su contrincante.
Era una chica alta, morena de piel y de ojos color miel; su pelo estaba recogido en un complejo conjunto de trenzas muy estéticas y su ropa parecía la de un guardia celestial, blanco cual luz con detalles dorados. Pero hubo un detalle que escamó al kazejin, en su obi llevaba la placa de Kusagakure. «Vamos no me jodas...» Con la alianza rota este torneo iba a servir para medir fuerzas entre la Hierba y la Alianza Tormenta-Espiral y que de primeras le hubiera tocado una kunoichi kusajin le puso nervioso... más de lo que ya estaba. «Mierda... Tenía que ser de Kusa, ¡joder!»
—¡KUSAGAKURE NO HAKUTO! ¡PRESENTÁNDOSE! —Exclamó su contrincante con una reverencia hacia la multitud. «Mierda... Encima viene con energías...» Y aunque luego se viera que estaba roja como un tomate cuando adoptó la posición de combate ese grito dejó al genin del Remolino algo asustado de la que se le podía venir encima. Ya con una hierática expresión realizó el Sello de la Confrontación junto a una leve inclinación de cabeza.
—Comencemos pues.
Acto seguido sacó de su portaobjetos un pequeño pergamino, lo abrió velozmente y salió una espesa nube de humo. Para cuando esta se disipó la kunoichi pudo ver que su rival se había alejado un par de metros y ahora tenía conectada con unos hilos de chakra plateado una pequeña marioneta. Este artefacto tenía rasgos faciales simiescos, su pelo anaranjado estaba recogido en un moño alto y junto a unos pantalones bombachos de motivos florales carmesíes atados por un obi negro sólo vestía una capa roja, unas botas puntiagudas y unos vendajes en los antebrazos. El marionetista esperaba en una postura de combate, ligeramente flexionado y con Mono levitando delante de él.
«Junko-sensei, Itona... No os decepcionaré.»
En ese instante entró un samurái, indicándole que le siguiera hasta la puerta. «Es el momento.» Le siguió hasta un portón que daba paso al ring de combate, aprovechó para ajustarse a conciencia las gafas y las grandes puertas se abrieron. Dentro ya se escuchaba al público eufórico, pero tras dar sus primeros pasos este sonido se hizo más intenso, era abrumador. Avanzó lento pero seguro a su posición, mirando a las gradas curioso y cuando llegó a su posición saludó. Primero hizo una reverencia hacia el palco de los kages y señores feudales, momento en el que un escalofrío le recorrió el cuerpo. «¿Estará en el palco Natsukatto Amura? Seguramente... Habrá que dar un buen espectáculo pues.» Luego hizo otra reverencia hacia la grada de Uzushiogakure, la Aldea que le había acogido. Y finalmente miró al cielo durante un par de segundos. «Arata... Madre... Padre... Allá donde quiera que estéis esto va por vosotros.» Una lágrima le recorrió el lado derecho de la cara. «Me convertiré en un gran shinobi y llevaré la paz y la justicia a Kaze no Kuni.» Sonrió, y sin cambiar su gesto miró entonces a su contrincante.
Era una chica alta, morena de piel y de ojos color miel; su pelo estaba recogido en un complejo conjunto de trenzas muy estéticas y su ropa parecía la de un guardia celestial, blanco cual luz con detalles dorados. Pero hubo un detalle que escamó al kazejin, en su obi llevaba la placa de Kusagakure. «Vamos no me jodas...» Con la alianza rota este torneo iba a servir para medir fuerzas entre la Hierba y la Alianza Tormenta-Espiral y que de primeras le hubiera tocado una kunoichi kusajin le puso nervioso... más de lo que ya estaba. «Mierda... Tenía que ser de Kusa, ¡joder!»
—¡KUSAGAKURE NO HAKUTO! ¡PRESENTÁNDOSE! —Exclamó su contrincante con una reverencia hacia la multitud. «Mierda... Encima viene con energías...» Y aunque luego se viera que estaba roja como un tomate cuando adoptó la posición de combate ese grito dejó al genin del Remolino algo asustado de la que se le podía venir encima. Ya con una hierática expresión realizó el Sello de la Confrontación junto a una leve inclinación de cabeza.
—Comencemos pues.
Acto seguido sacó de su portaobjetos un pequeño pergamino, lo abrió velozmente y salió una espesa nube de humo. Para cuando esta se disipó la kunoichi pudo ver que su rival se había alejado un par de metros y ahora tenía conectada con unos hilos de chakra plateado una pequeña marioneta. Este artefacto tenía rasgos faciales simiescos, su pelo anaranjado estaba recogido en un moño alto y junto a unos pantalones bombachos de motivos florales carmesíes atados por un obi negro sólo vestía una capa roja, unas botas puntiagudas y unos vendajes en los antebrazos. El marionetista esperaba en una postura de combate, ligeramente flexionado y con Mono levitando delante de él.