8/04/2020, 17:06
Había solicitado pasar a verla a la habitación, pero los encargados de la recepción del hospital se habían negado en hasta tres ocasiones. Las heridas no eran graves, y Ayame tenía una capacidad asombrosa para recuperarse, así que Daruu calculó, más o menos, que en un par de horas con toda probabilidad la kunoichi saldría de allí por su propio pie. Por eso, se había arreglado, vistiéndose con un cómodo yukata veraniego verde con estampados de shuriken y un cinturón rojo, y había comprado un pequeño ramillete de lirios azules para dárselo a Ayame. Él tampoco estaba exento de dolor: el pecho y el vientre le ardían, fruto de la última técnica que había recibido de Ayame. En la enfermería se habían encargado de curarle, darle medicación para los próximos días y de vendarle el pecho tan fuerte que le costaba respirar.
Al final Ayame tardó algo más de dos horas. Cuando salió, Daruu ni siquiera se percató de su presencia. Miraba al suelo distraído, sentado en un banco de madera enfrente del hospital. Al menos las flores seguían intactas.
Suspiró.
«Qué aburrimiento.»
Al final Ayame tardó algo más de dos horas. Cuando salió, Daruu ni siquiera se percató de su presencia. Miraba al suelo distraído, sentado en un banco de madera enfrente del hospital. Al menos las flores seguían intactas.
Suspiró.
«Qué aburrimiento.»