8/04/2020, 18:58
(Última modificación: 8/04/2020, 19:08 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Ayame atravesó los pasillos como un alma en pena. Con pasos lentos para no despertar el dolor de su cuerpo y la mirada perdida en el suelo, la kunoichi revivía una y otra vez diferentes momentos de la batalla, desde que había comenzado hasta el fatal desenlace para ella. Y también se decía una y otra vez que debería haber hecho eso en lugar de aquella otra cosa en diferentes puntos de su relato. Era consciente de que había hecho lo que había podido y más, que había dado su máximo esfuerzo, pero la derrota siempre tenía un sabor amargo en su paladar. No dejaba de ser irónico que en el anterior certamen del Torneo de los Dojos había conseguido llegar hasta la final, y en aquel no había conseguido pasar de la primera ronda.
«Los he decepcionado a todos... Yui-sama... Shanise-senpai... Hermano... Papá...»
Y, hablando de su familia, ¿dónde estaban? Había despertado en una habitación que no conocía de nada y no había nadie con ella. ¿Tanto les había defraudado que ni siquiera habían ido a ver cómo estaba?
Con un nudo en la garganta, Ayame cogió el ascensor para llegar a la planta baja, no se sentía con fuerzas como para bajar por las escaleras; y una vez en la recepción firmó los papeles necesarios para autorizar su alta. Cuando salió del edificio estuvo a punto de pasar de largo frente a un banco de madera donde un chico esperaba sentado con un ramillete de flores. Lirios azules.
El corazón comenzó a palpitarle con fuerza.
«E... ¿Ese no es...?» Con las mejillas encendidas, las lágrimas acudieron a sus ojos sin poder evitarlo.
—D... ¿Daruu? —preguntó, con un hilo de voz.
«Los he decepcionado a todos... Yui-sama... Shanise-senpai... Hermano... Papá...»
Y, hablando de su familia, ¿dónde estaban? Había despertado en una habitación que no conocía de nada y no había nadie con ella. ¿Tanto les había defraudado que ni siquiera habían ido a ver cómo estaba?
Con un nudo en la garganta, Ayame cogió el ascensor para llegar a la planta baja, no se sentía con fuerzas como para bajar por las escaleras; y una vez en la recepción firmó los papeles necesarios para autorizar su alta. Cuando salió del edificio estuvo a punto de pasar de largo frente a un banco de madera donde un chico esperaba sentado con un ramillete de flores. Lirios azules.
El corazón comenzó a palpitarle con fuerza.
«E... ¿Ese no es...?» Con las mejillas encendidas, las lágrimas acudieron a sus ojos sin poder evitarlo.
—D... ¿Daruu? —preguntó, con un hilo de voz.