11/04/2020, 20:49
—No, ni a mi madre —respondió, para pesar de Ayame—. Llevo buscándola todo el día, pero no la encuen...
—¡Ahí estáis, par de imprudentes!
Aquel grito los sobresaltó a los dos. Ayame reconoció enseguida la voz de Kiroe y se volvió con una sonrisa hacia la mujer, y su padre y su hermano; pero la sonrisa murió en sus labios al ver la expresión en sus rostros: El de ella, severa y gélida; el de su padre, duro e iracundo; y aunque Kōri se mantenía tan inexpresivo como siempre, Ayame reconoció una sutil sombra de molestia en sus iris escarchados.
—¿¡Pero cómo os atrevéis a causar ese patético espectáculo!? —les gritó Kiroe, y Ayame se encogió sobre sí misma, aguantando el chaparrón como buenamente podía—. ¿Vosotros sois conscientes de que podríais provocar una guerra? ¡¡Sois jōnin!! ¡Jōnin! ¡Tenéis que ser un ejemplo!
—Espera, Kiroe, si seguro que tienen una magnífica explicación para lo que hemos visto en el estadio. ¡¿No es así?! —bramó Zetsuo, pálido de ira.
Y Ayame tembló.
—Era un mensaje... —volvió a repetir, con un acobardado hilo de voz.
Y Zetsuo dio un potente pisotón en el suelo.
—¿Pero qué mensaje? ¡¿PERO QUÉ MENSAJE?! ¡Maldita niña, estamos hablando de la Morikage, la líder de Kusagakure, no de un shinobi cualquiera!
—¡Tenía que demostrarles que es posible cooperar con los bijū! ¡Que los nec...!
—¡DÉJATE DE GILIPOLLECES! —el grito fue tan brusco que Ayame se ocultó tras los lirios, temblando—. ¡Ayame! ¡Esto no es como cuando mandaste una carta de disculpas al Uzukage! ¡Esto es mucho más serio! ¡Podrías llevarnos a una puta guerra! ¡¿Es que no eres consciente?!
Pero Ayame no era capaz de responder. Se mordía el labio inferior, temblando sin control. No era su derrota lo que les había molestado, era algo mucho peor. Algo... que podría costarle el reconocimiento de su padre, que tanto le había costado conseguir.
—¡Ahí estáis, par de imprudentes!
Aquel grito los sobresaltó a los dos. Ayame reconoció enseguida la voz de Kiroe y se volvió con una sonrisa hacia la mujer, y su padre y su hermano; pero la sonrisa murió en sus labios al ver la expresión en sus rostros: El de ella, severa y gélida; el de su padre, duro e iracundo; y aunque Kōri se mantenía tan inexpresivo como siempre, Ayame reconoció una sutil sombra de molestia en sus iris escarchados.
—¿¡Pero cómo os atrevéis a causar ese patético espectáculo!? —les gritó Kiroe, y Ayame se encogió sobre sí misma, aguantando el chaparrón como buenamente podía—. ¿Vosotros sois conscientes de que podríais provocar una guerra? ¡¡Sois jōnin!! ¡Jōnin! ¡Tenéis que ser un ejemplo!
—Espera, Kiroe, si seguro que tienen una magnífica explicación para lo que hemos visto en el estadio. ¡¿No es así?! —bramó Zetsuo, pálido de ira.
Y Ayame tembló.
—Era un mensaje... —volvió a repetir, con un acobardado hilo de voz.
Y Zetsuo dio un potente pisotón en el suelo.
—¿Pero qué mensaje? ¡¿PERO QUÉ MENSAJE?! ¡Maldita niña, estamos hablando de la Morikage, la líder de Kusagakure, no de un shinobi cualquiera!
—¡Tenía que demostrarles que es posible cooperar con los bijū! ¡Que los nec...!
—¡DÉJATE DE GILIPOLLECES! —el grito fue tan brusco que Ayame se ocultó tras los lirios, temblando—. ¡Ayame! ¡Esto no es como cuando mandaste una carta de disculpas al Uzukage! ¡Esto es mucho más serio! ¡Podrías llevarnos a una puta guerra! ¡¿Es que no eres consciente?!
Pero Ayame no era capaz de responder. Se mordía el labio inferior, temblando sin control. No era su derrota lo que les había molestado, era algo mucho peor. Algo... que podría costarle el reconocimiento de su padre, que tanto le había costado conseguir.