12/04/2020, 16:18
(Última modificación: 30/04/2020, 16:31 por Amedama Daruu. Editado 2 veces en total.)
Daruu aguantó. Aguantó y aguantó con los puños cerrados herméticamente y la cabeza baja. Aguantó todo lo que pudo. Aguantó todo lo que su maestro, allí presente, le había enseñado a aguantar. Pero así como en el estadio, durante el combate, Daruu no supo contenerse del todo. Daruu no podía ser tan frío como el Hielo. No. Sí que podía. Pero en aquél momento no quiso, y eso demostró lo mucho que le faltaba por entrenar, como más tarde descubriría.
—Sois unos inconscientes. Me dio vergüenza veros en el escenario. No es el combate que quería ver.
—¡No, ah! ¡No es el combate, verdad! ¡¡Ni siquiera me has felicitado por ganar, eso es lo que te impor...!!
El tortazo resonó en una calle que había quedado en silencio, a excepción de ellos cuatro y de una pequeña persona que observaba tímidamente desde detrás de una esquina.
—¡Precisamente porque me importáis, gilipollas! ¡Tenéis la placa, pero hoy no os habéis comportado como dos jōnin, sino como dos genin rebeldes! ¡Sois un mal ejemplo!
—¡No tienes derecho a...!
—¡¡BASTAAAAAAA!! —Un grito agudo les sorprendió a todos. Una pequeña niña pelirroja, normalmente callada, vestida con un kimono rosa, acababa de hacer acto de presencia. Con lagriamas en los ojos, intercambiaba miradas con unos y con otros.
»¡A mí sí me ha gustado veros combatir! —gritó Chiiro, ante la estupefacta mirada de Daruu y Kiroe—. ¡A mí y a todos! ¡Estos dos estaban haciendo apuestas hasta que... hasta que os habéis puesto a arriesgar la vida que tenéis! ¡Sois idiotas! —Por alguna razón, las palabras de Chiiro calaron de manera diferente en Daruu. Ambos todavía estaban trabajando su relación, y la nueva Amedama era algo difícil de tratar. Taciturna casi siempre, todavía trataba de superar la muerte de sus padres—. ¡Pero ya basta! ¡Ya da igual! ¡No quiero más peleas, vosotros dos lleváis toda la mañana y toda la tarde discutiendo en voz alta y Ayame y Daruu ni siquiera estaban delante! —Recriminó de pronto a Zetsuo y a Kiroe—. ¡Estoy seguro de que Kōri también está igual de indignado, pero miradlo, a estas alturas creo que está aburrido de vosotros! Creo... —Miró a Kōri un momento, para asegurarse. No. Imposible de saberlo—. No quiero ver discutir a mi nueva familia. Por favor. No sabéis lo afortunados que sois. No quiero veros discutir más. Y no quiero que os pongáis en peligro.
»No quiero ninguna de las dos cosas —sollozó, y avanzó un par de pasos para abrazarse tanto a Daruu como Ayame. El Hyūga le acarició la cabeza, se mordió el labio y enterró su mirada en el suelo.
Chiiro era el jarro de agua fría que había necesitado incluso antes de combatir contra Ayame. Qué estúpido había sido.
Qué estúpido era.
—Lo siento —murmuró—. Mi actitud es inexcusable. No volverá a pasar.
—Sois unos inconscientes. Me dio vergüenza veros en el escenario. No es el combate que quería ver.
—¡No, ah! ¡No es el combate, verdad! ¡¡Ni siquiera me has felicitado por ganar, eso es lo que te impor...!!
¡PLAS!
El tortazo resonó en una calle que había quedado en silencio, a excepción de ellos cuatro y de una pequeña persona que observaba tímidamente desde detrás de una esquina.
—¡Precisamente porque me importáis, gilipollas! ¡Tenéis la placa, pero hoy no os habéis comportado como dos jōnin, sino como dos genin rebeldes! ¡Sois un mal ejemplo!
—¡No tienes derecho a...!
—¡¡BASTAAAAAAA!! —Un grito agudo les sorprendió a todos. Una pequeña niña pelirroja, normalmente callada, vestida con un kimono rosa, acababa de hacer acto de presencia. Con lagriamas en los ojos, intercambiaba miradas con unos y con otros.
»¡A mí sí me ha gustado veros combatir! —gritó Chiiro, ante la estupefacta mirada de Daruu y Kiroe—. ¡A mí y a todos! ¡Estos dos estaban haciendo apuestas hasta que... hasta que os habéis puesto a arriesgar la vida que tenéis! ¡Sois idiotas! —Por alguna razón, las palabras de Chiiro calaron de manera diferente en Daruu. Ambos todavía estaban trabajando su relación, y la nueva Amedama era algo difícil de tratar. Taciturna casi siempre, todavía trataba de superar la muerte de sus padres—. ¡Pero ya basta! ¡Ya da igual! ¡No quiero más peleas, vosotros dos lleváis toda la mañana y toda la tarde discutiendo en voz alta y Ayame y Daruu ni siquiera estaban delante! —Recriminó de pronto a Zetsuo y a Kiroe—. ¡Estoy seguro de que Kōri también está igual de indignado, pero miradlo, a estas alturas creo que está aburrido de vosotros! Creo... —Miró a Kōri un momento, para asegurarse. No. Imposible de saberlo—. No quiero ver discutir a mi nueva familia. Por favor. No sabéis lo afortunados que sois. No quiero veros discutir más. Y no quiero que os pongáis en peligro.
»No quiero ninguna de las dos cosas —sollozó, y avanzó un par de pasos para abrazarse tanto a Daruu como Ayame. El Hyūga le acarició la cabeza, se mordió el labio y enterró su mirada en el suelo.
Chiiro era el jarro de agua fría que había necesitado incluso antes de combatir contra Ayame. Qué estúpido había sido.
Qué estúpido era.
—Lo siento —murmuró—. Mi actitud es inexcusable. No volverá a pasar.