14/04/2020, 19:10
—Como he dicho, lo que hemos hecho es inexcusable —dijo Daruu, lentamente, paladeando cada sílaba y con una calma casi gélida. Había dado un paso hacia Zetsuo y terminó inclinándose en una reverencia cargada de respeto—. Pero ningún kusajin será capaz de tocarnos ni un pelo de la cabeza —agregó, levantando la cabeza para clavar sus ojos perlados tanto en el médico como en su propia madre—. Os lo aseguro —Daruu desvió la mirada hacia su nueva hermana pequeña y le dedicó una sonrisa afable—. Seremos fuertes.
—Más os vale —dijo Chiiro, con un mohín triste.
—Y... seremos más prudentes. Si hace falta, el doble de prudentes. ¿Verdad, Ayame?
—S... ¡Sí! —la kunoichi, sobresaltada, asintió con energía.
—Más os vale —repitió Kiroe, pero su tono de voz era muy diferente al que había utilizado la pequeña.
—Si no me controlo, abandonaré el torneo y le devolveré mi placa de jōnin a Yui —agregó Daruu, más serio que nunca.
Y Ayame le miró con los ojos desorbitados por la sorpresa. Kiroe soltó una risotada cargada de sarcasmo.
—Después de este teatrillo, si vas y le pones la placa en el escritorio del despacho te mata.
—Que así sea. Pero habrá sido una amejin. No un kusajin —replicó Daruu, con una sonrisa triste.
—Nadie va a devolver ninguna placa —replicó Ayame, ceñuda—. Ni siquiera nos vamos a acercar a Kitanoya, no vamos a despertar la ira de Kusagakure.
—Ya es muy tarde para eso, niña —replicó Zetsuo entre dientes, cruzándose de brazos. Sus ojos, clavados en su hija, se entrecerraron peligrosamente—. No confío en vuestro don para atraer los problemas como las moscas a la mierda, pero más os vale cumplir con vuestras palabras. No más tonterías de aquí a que termine el torneo, ni en un combate ni fuera de ellos. Si tenemos suerte, los de Kusagakure fijarán todo su odio en Uzushio.
Ayame le miró, llena de extrañeza.
—¿A qué te refieres?
Pero el médico sacudió la cabeza.
—¿Por qué no seguimos hablando en algún sitio donde podamos comer a gusto?
—Más os vale —dijo Chiiro, con un mohín triste.
—Y... seremos más prudentes. Si hace falta, el doble de prudentes. ¿Verdad, Ayame?
—S... ¡Sí! —la kunoichi, sobresaltada, asintió con energía.
—Más os vale —repitió Kiroe, pero su tono de voz era muy diferente al que había utilizado la pequeña.
—Si no me controlo, abandonaré el torneo y le devolveré mi placa de jōnin a Yui —agregó Daruu, más serio que nunca.
Y Ayame le miró con los ojos desorbitados por la sorpresa. Kiroe soltó una risotada cargada de sarcasmo.
—Después de este teatrillo, si vas y le pones la placa en el escritorio del despacho te mata.
—Que así sea. Pero habrá sido una amejin. No un kusajin —replicó Daruu, con una sonrisa triste.
—Nadie va a devolver ninguna placa —replicó Ayame, ceñuda—. Ni siquiera nos vamos a acercar a Kitanoya, no vamos a despertar la ira de Kusagakure.
—Ya es muy tarde para eso, niña —replicó Zetsuo entre dientes, cruzándose de brazos. Sus ojos, clavados en su hija, se entrecerraron peligrosamente—. No confío en vuestro don para atraer los problemas como las moscas a la mierda, pero más os vale cumplir con vuestras palabras. No más tonterías de aquí a que termine el torneo, ni en un combate ni fuera de ellos. Si tenemos suerte, los de Kusagakure fijarán todo su odio en Uzushio.
Ayame le miró, llena de extrañeza.
—¿A qué te refieres?
Pero el médico sacudió la cabeza.
—¿Por qué no seguimos hablando en algún sitio donde podamos comer a gusto?