15/04/2020, 21:28
(Última modificación: 30/04/2020, 16:32 por Amedama Daruu. Editado 2 veces en total.)
Kiroe suspiró y se agarró la frente con el dedo índice y el pulgar. Estaba hastiada. Chiiro tenía razón en algo: habían estado discutiendo tanto Zetsuo y ella con unos Ayame y Daruu fantasmas, que ahora ya se había quedado sin nada que decirles. Y su estómago rugía de hambre.
—Bien, ¿y dónde vamos?
—...esta mañana he visto un restaurante en el que servían dangos hechos con albóndigas de carne... —dejó caer Chiiro como si nada.
Daruu le sonrió y miró a su madre.
—¿Qué os parece?
Ignorando a su hijo, Kiroe revolvió cariñosamente el pelo de Chiiro.
—¡Pues vamos, venga! —dijo—. ¿Por dónde queda?
—¡Un par de calles hacia allá! —saltó alegremente la chiquilla señalando hacia su espalda. Kiroe asintió e inició la marcha.
Daruu resopló, se metió una mano dentro del kimono y miró a Ayame, triste. Le agarró la mano y siguió a Kiroe y a Chiiro.
Era un sitio pequeño, pero estaba prácticamente vacío. Habían escogido una mesa en la penumbrosa esquina más alejada de la barra. Cada uno degustaba un plato con varias brochetas de Nikudango, plato estrella de la taberna y que le daba el nombre. La verdad es que estaban muy ricos.
—¿Quién ha sido el salvaje que le ha hecho eso a... ya sabéis? —preguntó Daruu, cuando sintió que los ánimos estaban suficientemente calmados como para preguntarlo.
—Sasaki Reiji —contestó Chiiro con la boca llena—. ¿De verdad vamos a hablar de esto mientras comemos?
Daruu desvió la mirada con el ceño fruncido. «¿Reiji? Si parecía buen chaval.»
—Bien, ¿y dónde vamos?
—...esta mañana he visto un restaurante en el que servían dangos hechos con albóndigas de carne... —dejó caer Chiiro como si nada.
Daruu le sonrió y miró a su madre.
—¿Qué os parece?
Ignorando a su hijo, Kiroe revolvió cariñosamente el pelo de Chiiro.
—¡Pues vamos, venga! —dijo—. ¿Por dónde queda?
—¡Un par de calles hacia allá! —saltó alegremente la chiquilla señalando hacia su espalda. Kiroe asintió e inició la marcha.
Daruu resopló, se metió una mano dentro del kimono y miró a Ayame, triste. Le agarró la mano y siguió a Kiroe y a Chiiro.
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Era un sitio pequeño, pero estaba prácticamente vacío. Habían escogido una mesa en la penumbrosa esquina más alejada de la barra. Cada uno degustaba un plato con varias brochetas de Nikudango, plato estrella de la taberna y que le daba el nombre. La verdad es que estaban muy ricos.
—¿Quién ha sido el salvaje que le ha hecho eso a... ya sabéis? —preguntó Daruu, cuando sintió que los ánimos estaban suficientemente calmados como para preguntarlo.
—Sasaki Reiji —contestó Chiiro con la boca llena—. ¿De verdad vamos a hablar de esto mientras comemos?
Daruu desvió la mirada con el ceño fruncido. «¿Reiji? Si parecía buen chaval.»