16/04/2020, 23:07
—No hace falta imaginar mucho —contestó Daruu—. Ya tenemos a Yui-sama como ejemplo. Todos sabéis lo que habría pasado.
«Aiko fue sellada en lo más profundo del Lago de Amegakure por bastante menos que eso... Y yo casi me juego el cuello cuando creyó que me estaba burlando de ella...» Ayame tragó saliva.
—Espero no contrariarla nunca —murmuró Chiiro.
—Probablemente ni siquiera llegues a verla en la vida, siendo civil —respondió Daruu.
—Ya, sí... —Chiiro terminó por desviar la mirada hacia la ventana.
Ayame volvió a llevarse otro dango a la boca, al menos ya no quemaban. Pero no podía dejar de darle vueltas a todo aquello. ¿Qué les pasaba a los shinobi de Kusagakure? Después de lo ocurrido con Kenzou, habría visto lógico que levantaran las antorchas contra las demás aldeas y, sobre todo, contra los jinchūriki y los bijū. Pero, en lugar de eso, lo que estaban haciendo era enterrar mina debajo de sus propios pies.
«Al final ni siquiera hemos sido nosotros los que más han llamado la atención...» Pensó, sin atreverse a formularlo en voz alta.
—Y, aparte de todo esto... —habló, pasados unos cuantos minutos—. ¿Qué tal el resto de combates?
Zetsuo inclinó la cabeza, sombrío.
—Si quitamos el lamentable espectáculo de las dos chiquillas esas, el resto bien.
—¿Las dos chiquillas? ¿Qué chiquillas?
—Una tal Ren, de Amegakure, y otra de Uzushiogakure. ¡Joder! Se montaron un melodrama digno de una novela Uzujin para terminar desmayándose sin ton ni son. Menuda sarta de gilipolleces. Siempre digo que los sentimientos nos vuelven débiles, y jamás se me habría ocurrido un ejemplo más exagerado que lo que ha sido ese supuesto combate. Esas dos deberían dedicarse al teatro y no a la vida shinobi.
«Aiko fue sellada en lo más profundo del Lago de Amegakure por bastante menos que eso... Y yo casi me juego el cuello cuando creyó que me estaba burlando de ella...» Ayame tragó saliva.
—Espero no contrariarla nunca —murmuró Chiiro.
—Probablemente ni siquiera llegues a verla en la vida, siendo civil —respondió Daruu.
—Ya, sí... —Chiiro terminó por desviar la mirada hacia la ventana.
Ayame volvió a llevarse otro dango a la boca, al menos ya no quemaban. Pero no podía dejar de darle vueltas a todo aquello. ¿Qué les pasaba a los shinobi de Kusagakure? Después de lo ocurrido con Kenzou, habría visto lógico que levantaran las antorchas contra las demás aldeas y, sobre todo, contra los jinchūriki y los bijū. Pero, en lugar de eso, lo que estaban haciendo era enterrar mina debajo de sus propios pies.
«Al final ni siquiera hemos sido nosotros los que más han llamado la atención...» Pensó, sin atreverse a formularlo en voz alta.
—Y, aparte de todo esto... —habló, pasados unos cuantos minutos—. ¿Qué tal el resto de combates?
Zetsuo inclinó la cabeza, sombrío.
—Si quitamos el lamentable espectáculo de las dos chiquillas esas, el resto bien.
—¿Las dos chiquillas? ¿Qué chiquillas?
—Una tal Ren, de Amegakure, y otra de Uzushiogakure. ¡Joder! Se montaron un melodrama digno de una novela Uzujin para terminar desmayándose sin ton ni son. Menuda sarta de gilipolleces. Siempre digo que los sentimientos nos vuelven débiles, y jamás se me habría ocurrido un ejemplo más exagerado que lo que ha sido ese supuesto combate. Esas dos deberían dedicarse al teatro y no a la vida shinobi.